Ahora leyendo:
Elbio Rodriguez Barilari
Artículo completo: 4minutos para leer

Elbio Rodriguez Barilari

Periodista, escritor, músico, compositor, docente

El golpe se veía venir. Y se veía que iba a ser de duro y fascistoide. No recuerdo haber tenido más miedo que antes, cuando la Marina acordonó la Ciudad Vieja y hubo unos días de indecisión. Ni cuando los Comunicados 4 y 7. Tampoco tenía muchas esperanzas. Aunque inmediatamente del golpe participé en la huelga general y fui uno de los ocupantes del edificio central de la Universidad con vista privilegiada al tanque estacionado delante de Canal 4, la verdad es que no me hacía ilusiones.


Aquella democracia pre-73 estaba jaqueada y se desmoronaba sin que nadie la valorara debidamente. Mi propio padre era parte del delirio Tupamaro. Del que yo -como niño- y toda la familia habíamos sido víctimas y testigos. Tampoco tenía la menor fe en lo que los políticos tradicionales pudieran llegar a hacer en defensa de la democracia, ni siquiera Wilson. De Sanguinetti siempre tuve la peor opinión posible y la historia lo ha corroborado.


El Frente Amplio estaba quebrado por dentro, en parte dominado por los pro-tupas del 26 de Marzo y en parte por los delirios “peruanistas” del comunista Rodney Arismendi y el socialista Vivian Trías, ambos clientes de Moscú.


Con mucho estupor contemplé y escuché a esos líderes de la izquierda marxista gritando desde un estrado en la Avenida 8 de Octubre, que “las contradicciones no se detienen en la puerta de los cuarteles” y apostando sus fichas a un “golpe bueno” que sacara a Bordaberry e instalara una alianza militar-izquierdista en el gobierno.


Con algunas diferencias, esos dos tenían la misma fantasía que Eleuterio Fernández Huidobro y el Ruso Rosencof: una alianza del MLN con las Fuerzas Armadas. Y así les fue.


Desgraciadamente, como hijo de tupa, yo venía entrenado en el drama desde que tenía ocho o nueve años. Así que no, no recuerdo haber tenido miedo cuando el golpe.


Me sorprendió un poco la permanencia de Bordaberry en la presidencia. No pensaba que él tuviera apoyo dentro las Fuerzas Armadas. Luego se vería que quedó como títere, reducido prácticamente a figura decorativa y patética mientras trataba de insuflarle a la dictadura “cívico-militar” los tintes falangistas y corporativos de su catolicismo fascistoide. Por algo venía del ruralismo chicotacista.


En retrospectiva, mi visión del golpe, a mis 20 años, fue bastante realista. Y no por ningún don de clarividencia, sino por haber sido un testigo atento y sin muchas ilusiones de lo que venía pasando en ese Uruguay que, dentro de la dinámica perversa de la Guerra Fría, se había dejado poner en “curso de colisión” consigo mismo.


Ya en las elecciones del 71 no me cabía en la cabeza que, como estaban las cosas, wilsonistas, batllistas y frentistas no fuéramos unidos en las elecciones en contra del autoritarismo representado por el aguerrondismo y el pachequismo. Recuerdo haberlo comentado en largas charlas, durante la dictadura, con Maneco Flores Mora y con Hierro Gambardella. Y con Wilson a su regreso. Adhesiones, odios y hasta taras históricas determinaron la imposibilidad de esa alianza.


Inmediatamente del golpe, a mi novia y a mí una familia amiga en Michigan, Estados Unidos, se ofreció muy solidaria y alarmada, a recibirnos, a anotarnos en la Universidad y a darnos trabajo. Declinamos y sobrellevamos la dictadura en el “insilio». Del 73 al 85, en muchos aspectos robados de nuestras vidas.
Hoy, a mis casi 70 años, sigo sin entender ni la crueldad, el egoísmo y la codicia de la derecha. Ni la estupidez, la miopía y la hipocresía de la izquierda. Pero eso es harina de otro costal.

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Input your search keywords and press Enter.