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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

El socialismo muerde la Gran Manzana

La sorpresiva victoria de Zohran Mamdani en las elecciones para alcalde de Nueva York ha conmocionado tanto al establishment político estadounidense como a observadores internacionales. Contra todos los pronósticos, un candidato socialista, abiertamente musulmán, de padres inmigrantes y con una retórica confrontativa con el sistema económico tradicional, logró imponerse en la ciudad más poblada de Estados Unidos.

Hijo de madre india (la cineasta Mira Nair) y padre ugandés, Mamdani nació en Kampala, se crió en Nueva York y profesa el islam. Su perfil rompe con los moldes típicos de la política urbana: no proviene de una dinastía política ni de las grandes universidades del noreste; su capital es ideológico y generacional. A sus 34 años, Zohran representa a una generación politizada por la crisis financiera, el colapso climático y el alto costo de vida urbano.

Políticamente, Mamdani cree en cuatro pilares innegociables: (1) redistribución económica agresiva, (2) desmilitarización de la seguridad pública, (3) ciudad santuario para todos los inmigrantes y (4) rechazo frontal al sionismo como expresión colonial. Estos principios, que hace diez años habrían sido marginales, hoy resuenan en amplios sectores del electorado progresista neoyorquino.

La izquierda ha dejado de ser un margen incómodo dentro del Partido Demócrata. En ciudades como Nueva York, San Francisco o Chicago, los demócratas de vieja escuela están siendo desplazados por socialistas confesos, aliados de movimientos como el DSA (Democratic Socialists of America). Voces como la de Mamdani, que hasta hace poco eran vistas como radicales o incluso marginales, hoy marcan la agenda pública, mientras líderes tradicionales se ven forzados a seguir ese giro para no volverse irrelevantes.

Su victoria se explica por varias razones clave. Primero, el carácter profundamente cosmopolita y diverso de Nueva York, donde las minorías étnicas, religiosas y sexuales constituyen la mayoría del electorado. Segundo, la radicalización de jóvenes desencantados con la política tradicional y educados en universidades donde se promueve una lectura estructuralista de los problemas sociales. Tercero, la desconexión del votante demócrata promedio con las estructuras partidarias. Mamdani no ganó porque el partido lo impulsó: ganó a pesar del partido, que terminó abrazándolo para vender una victoria simbólica contra Donald Trump en una ciudad que no quería a nadie, pero temía más al autoritarismo nacional.

Cabe destacar que el presidente Trump no respaldó a ningún candidato en esta elección, ni siquiera al republicano. Se limitó a declarar que prefería al exgobernador Andrew Cuomo a Mamdani, porque, en sus palabras, “es mejor un demócrata malo que un comunista”.

El votante de Mamdani no es el típico votante demócrata de clase media del Upper West Side. Es el joven endeudado del Bronx, el trabajador inmigrante de Queens, el activista LGBTQ+ de Harlem. Es una coalición nacida del descontento, no de la tradición. Y el Partido Demócrata lo sabe. Por eso, aunque muchos moderados temen sus ideas, lo han presentado como una “respuesta esperanzadora” al trumpismo, usándolo como un escudo narrativo más que como una guía ideológica.

Pero este abrazo táctico puede convertirse en un problema muy pronto. El partido ya está dividido entre centristas y progresistas. Mamdani encarna una ruptura total con figuras como la gobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, también demócrata, quien no lo ha felicitado públicamente y que difícilmente colaborará con una agenda que contradice cada uno de sus principios. Esta tensión augura un gobierno municipal marcado por bloqueos, sabotajes y enfrentamientos.

Además, el alcalde electo de la ciudad de Nueva York enfrenta un obstáculo estructural insalvable: sus propuestas requieren fondos que la ciudad no dispone. Y sus promesas de hacer pagar más a los ricos pueden terminar por mermar aún más la base fiscal si estos deciden mudarse a Florida o Texas, como ya ha sucedido anteriormente. Sin el respaldo de Albany ni del Congreso federal, buena parte de su programa corre el riesgo de quedar en el papel.

La atención mundial que ha generado su victoria no se debe solo a su agenda. En India, por la fama de su madre. En Uganda, por sus raíces paternas. En Londres, el líder laborista Keir Starmer lo elogió como “ejemplo de renovación socialista”, aunque muchos advierten que es una ilusión peligrosa: Mamdani ganó en un plebiscito en el que los votantes estaban más en contra de todo que a favor de alguien.

Aun así, hay que reconocer su logro electoral: consiguió una mayoría sólida entre las minorías de la ciudad y entre los jóvenes frustrados por el costo de la vida. Su campaña fue audaz, disciplinada y efectiva. Pero la pregunta inevitable es: ¿cómo gobernará? ¿De dónde saldrán los fondos para implementar su visión?

Mamdani simboliza una nueva era de la izquierda urbana. Pero gobernar no es lo mismo que agitar. Y Nueva York, con toda su complejidad fiscal, legal y política, pondrá a prueba si su revolución puede pasar de la consigna al presupuesto.

 

 

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