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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

El nuevo mapa del poder: Milei consolida su avance mientras el peronismo busca sentido tras el derrumbe kirchnerista.

El resultado de las elecciones legislativas de medio término confirmó la expansión del oficialismo liberal y profundizó el desgaste histórico del peronismo. Entre la reunión de gobernadores y la necesidad de acuerdos, Javier Milei intenta traducir el voto en gobernabilidad mientras el justicialismo enfrenta su mayor crisis de identidad desde 1983.

La jornada electoral del 26 de octubre de 2025 dejó algo más que una distribución de bancas: marcó el cierre simbólico de una era política en la Argentina. Javier Milei, con más del 40 % de los votos nacionales, no solo consolidó su liderazgo sino que desplazó definitivamente a un peronismo exhausto, que no supo reinventarse después del ciclo kirchnerista. El voto de medio término confirmó lo que ya se intuía en la calle: el poder cambió de eje y la oposición tradicional aún no encuentra su brújula.

El voto como síntoma

El triunfo del oficialismo libertario tiene raíces más profundas que el entusiasmo coyuntural. Es la expresión del hartazgo de amplios sectores sociales ante décadas de inflación, desconfianza institucional y una política percibida como autorreferencial. Milei capitalizó ese descontento con un discurso directo, emocional y con promesas de ruptura que, aunque difíciles de aplicar, sintonizan con una demanda de sinceridad y autoridad que la sociedad reclamaba.

En contraste, el peronismo llegó fragmentado, sin un relato común y con liderazgos provinciales que apenas disimularon su distancia del kirchnerismo. La figura de Cristina Fernández, otrora motor de identidad, se transformó en un lastre para amplios sectores del movimiento. Esa tensión interna terminó por disolver la capacidad del justicialismo de ofrecer una alternativa creíble, y el votante castigó la confusión.

Un peronismo sin centro de gravedad

La fractura no es nueva, pero esta vez parece estructural. Los gobernadores priorizan la supervivencia provincial por sobre la estrategia nacional, mientras los sectores más ideológicos del kirchnerismo insisten en mantener una agenda de resistencia que ya no conecta con el electorado moderado. El resultado es un movimiento que dejó de ser “transversal” para convertirse en una suma de fragmentos que compiten entre sí.

El peronismo supo reinventarse muchas veces, pero nunca con un componente de rechazo tan extendido. La generación de dirigentes que creció bajo la tutela del kirchnerismo enfrenta hoy un dilema: continuar aferrada a una identidad en retirada o arriesgarse a reconstruir desde cero un peronismo post-kirchnerista, más pragmático y menos retórico.

La cumbre con gobernadores: señales y tensiones

La reunión de Milei con los gobernadores, celebrada en Casa Rosada días después del triunfo, buscó ser algo más que una foto institucional. El presidente propuso un “pacto de gobernabilidad” orientado a respaldar reformas fiscales, laborales y administrativas. Algunos mandatarios del norte y del centro del país mostraron disposición al diálogo, mientras otros advirtieron que no convalidarán ajustes que afecten a las provincias.

La escena reflejó un cambio de paradigma: el poder ya no reside en el Congreso, sino en la negociación territorial. Milei lo entendió y pretende construir una nueva red de alianzas que rompa el monopolio histórico del peronismo en el interior. Su desafío será sostener la cohesión sin diluir el discurso antisistema que lo llevó al poder.

 

Un futuro en disputa

La Argentina atraviesa un momento de redefinición. El gobierno libertario, fortalecido, enfrenta la tarea de gobernar con instituciones frágiles y un clima social sensible. El peronismo, en cambio, necesita repensarse sin el tutelaje del kirchnerismo y sin el reflejo automático de la oposición.

Si logra hacerlo, podría renacer como fuerza competitiva. Si no, el país asistirá a un cambio político más profundo que una simple alternancia electoral: la consolidación de una nueva cultura política basada en el pragmatismo, la comunicación directa y la pérdida del miedo a romper con los viejos mitos del poder.

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