La III Cumbre de la Comunidad de los Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y la Unión Europea (UE) fue —después de de ocho años, varios cambios de orientación en los gobiernos de las regiones, la pandemia y una guerra que afecta al mundo— una oportunidad para tomarle el pulso a la realidad. Y dentro de la misma, dónde y cómo nos ubicamos.
Si vamos al campo de las ideas y su traducción al Estado de Derecho, Uruguay felizmente se encuentra donde los fundadores de la República —fecha que festejamos hace apenas cuatro días — nos ubicaron 197 años atrás. Uruguay no forma parte del vergonzante cariz ideológico que tiene que defender invasiones y guerras.
Tampoco nos contamos entre aquellos países que motivan reuniones de vecinos, amigos o mandatarios preocupados por mejorar la suerte de sus pueblos oprimidos, e intentar acabar con el autoritarismo y lograr una democracia y una gobernanza transparente. Y, por favor, dejemos los eufemismos de lado: si por lo menos cuatro mandatarios tienen que debatir con el régimen y la oposición el estado de cosas es que las cosas y el estado están mal.
Sí nos encontramos, ciertamente, entre las naciones que como producto de políticas públicas de estado pueden mostrar una adecuación a las variaciones energéticas, con vocación para enfrentar los desafíos de males que le pesan al mundo entero, como lo es cambio climático, una externalidad producto de los seres humanos y que sólo a éstos les toca encarar.
Podría verse como una actitud presumida, pero en estos temas se nos reconoce. Hablemos bien de nosotros que nos lo merecemos. Merecemos, también, ser referentes regionales en otras manifestaciones, por ocupar posiciones de liderazgo continental en materia de buena gobernanza y por tener un colectivo que destaca y valora su democracia.
Tomemos impulso en esos buenos datos para —con el concurso de todos— corregir situaciones que no condicen ni con nuestra historia, ni con nuestra vocación. Hasta que mejoren los niveles educativos, las condiciones carcelarias y la seguridad ciudadana —temas y realidades interdependientes— El Día continuará con esta prédica.
Volviendo a la cumbre, es sabido que el tratado entre la UE y el Mercosur que integramos con Argentina, Brasil y Paraguay, no era un punto en la agenda. Sin embargo, concitaba el interés de los miembros de ambos bloques, el Parlamento de Europa y las jerarquías de la Comunidad Europea. El tema estuvo ahí y se intercambiaron puntos de vista sobre el mismo.
El ministro de Relaciones Exteriores español, José Manuel Albares comentó al Financial Times que no se tomaría una decisión sobre el tratado durante el encuentro, pero que sí se lograría crear el ambiente político para avanzar. En ese mismo sentido Ursula von der Leyen, luego de entrevistarse con el presidente brasileño Luiz Inácio “Lula” Da Silva dijo que finalizarlo antes de fin de año estaba “dentro de lo posible”
Asimismo, el presidente Luis Lacalle Pou regresó al país con un “moderado optimismo” sobre la concreción y firma del acuerdo luego de mantener reuniones bilaterales con el presidente francés, Emmanuelle Macron, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni y la presidenta de la Comunidad Europea, von der Leyen.
Pero Uruguay no tiene ni la responsabilidad ni la posibilidad de asegurar el acuerdo. Y más allá de la sobrada evidencia del cumplimiento de sus compromisos internacionales –sea cual fuere el partido de gobierno– la asimetría de lo socios el Mercosur es grande y nos juega en contra a pesar de nuestro historial.
Y aún cuando es cierto que las presiones internas de los agricultores franceses, irlandeses y de los países bajos pueden limitar a sus gobernantes para restringir el acuerdo, no menos lo es que la realidad brasileña presenta complejidades propias sobre las cuales nuestro país no tiene arte ni parte.
Lo anterior es un buen punto de partida para evaluar el costo beneficio del Mercosur, y cuáles son las posibilidades reales que Uruguay tiene de mejorarlo y hacer de esta asociación algo más que un buen deseo y poco más.
A la hora de sopesar, además, no caigamos en la ilusión de pensar que este mercado común es lo que alguna vez fue el europeo y, mucho menos, hacia adonde éste evolucionó para convertirse en la Union Europea. Solamente mirar a nuestro rededor, hacer un ejercicio de prospección, e imaginar el Mercosur con una moneda común y su correspondiente banco central —dejemos de lado otros posibles organismos rectores— produce cierto escepticismo, por decir lo menos.
Porque está muy bien presentar los correspondientes reparos sobre el tiempo transcurrido para reclamar la concreción de un acuerdo largamente dilatado. Pero, ¿qué dejamos para los 32 años del Mercosur y sus logros?