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El liderazgo y su (sana) renovación
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Coincidentemente Uruguay y Estados Unidos de América elegirán presidente en noviembre de este año; se da por descontado que en las elecciones nacionales de octubre, ningún candidato obtendrá más del 50% de los votos.

Sin embargo, hay una diferencia que, en términos de historia política electoral, es notable. Mientras en Estados Unidos habrá rematch (revancha) entre Joe Biden y Donald Trump, dos expresidentes, en Uruguay, por primera vez desde que se se reconquistó la democracia en 1984, un expresidente no compite, ya en las internas, ya en las nacionales, por la primera magistratura del país.

El hecho cobra aún más notoriedad si se toma en cuenta que Uruguay tiene la población más envejecida de América Latina y que sus expresidentes tienden a la perpetuación en la vida política. Esto ultimo en general no ocurre en Estados Unidos: una vez que una persona ha accedido a la presidencia, aún cumpliendo un sólo mandato, se aleja del liderazgo partidario. (Desde 1976 hasta ahora sólo Jimmy Carter, George Bush padre y Trump no fueron reelectos).

Obviamente, resulta imposible comparar y trazar paralelismos en el funcionamiento de los partidos estadounidenses y los uruguayos. Sin embargo, resulta obvio que los liderazgos de quienes ocupan la primera magistratura son fuertes y que, en el norte, salvo para reelegirse, los expresidentes —hasta ahora— no habían continuado con su carrera política.

Trump ha devenido la excepción y según muchos Biden —viejo y percibido por muchos como inadecuado para ejercer un nuevo mandato por su edad— ha decidido presentarse a un nuevo período convencido que puede impedir una nueva administración del candidato republicano, al que, no sin razón, ve como un peligro para las formas republicanas tradicionales en su país.

Y esa realidad ha puesto de manifiesto una crisis de liderazgo en los principales partidos norteamericanos, cuyos electores seguramente mostraran su disconformidad en el ausentismo que se viene anunciando desde las elecciones internas tanto entre los demócratas como en los republicanos. Como que se ha planteado una suerte de brecha entre los principales líderes y el electorado.

Por estos lares, sin embargo, después de procesos que en forma patente muestran lo que les pasa a las colectividades cuando les pasa lo que está ocurriendo en Estados Unidos, la dirigencia política está en pleno proceso de renovación. Salvo el Partido Independiente y Cabildo Abierto que están casi mimetizados con sus líderes y posiblemente desaparezcan con ellos, de estas elecciones internas surgirán nuevos conductores que seguramente marcarán el destino de sus partidos y del país.

Lo anterior es bueno. Porque el proceso es de renovación, pero no improvisación: los aspirantes a regir el destino de los viejos partidos políticos uruguayos —y ha de incluirse al Frente Amplio entre ellos— son dirigentes curtidos que avientan el peligro de los outsiders, de aquellos que claman su no pertenencia a la política y que, en general, no han traído mucha felicidad a sus pueblos, sea donde fuere. Eso por un lado.

Por el otro, como debe de ser, los viejos van dando lugar a nuevas generaciones, en un mundo que, a pesar de la quietud nacional, es dinámico y, justamente, no perdona quietudes. Habría sido deseable que todos aquellos aquellos que van quedando a la vera del camino, hubiesen formado e impulsado —o por lo menos no obstaculizado—a quienes están pugnando por ocupar su lugar, pero eso no siempre ocurrió, lo que se ha pagado con votos.

Por eso hoy en esta tierra la elección que se aproxima resulta más atrayente que en el norte.

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