En grandes números, sin contar aún los observados, puede decirse que la fórmula Orsi-Cosse obtuvo en el balotaje 125.000 votos más que el Frente Amplio en octubre; y que Delgado-Ripoll obtuvo 60.000 votos menos que la Coalición Republicana en las primarias.
Resulta claro que los ganadores no solo retuvieron la votación anterior, sino que la engrosaron con un considerable número de electores que habían votado a la Coalición en octubre, además de buena parte de los partidos menores y de los en blanco o anulados.
Todo ello en un contexto donde el presidente Luis Lacalle Pou cuenta con una cifra elevada en la evaluación de su gestión.
Parece claro que hubo un rotundo fracaso en la coalición como formato electoral y eso debería llamar a la reflexión.
Es muy probable que muchos colorados se hayan negado a votar un presidente blanco y es dudosa la lealtad de los votantes del Partido Independiente y Cabildo Abierto a la estrategia de sus líderes.
Uno se pregunta si será conveniente que prosigan con el entrevero de un lema común, o sería mejor que cada uno se preocupe y ocupe del fortalecimiento de sus fuerzas propias.
En particular los colorados que hasta hace unos años eran la fuerza mayoritaria y hoy se han convertido en una escolta sin identidad.
Mucho se ha hablado de renovación y de espíritu coalicionista y poco de batllismo actualizado a las realidades de estos tiempos.
Batlle y Ordóñez sigue siendo considerado como el mayor estadista de nuestra historia, pero parece que los colorados no solo han sido incapaces de adaptar su ideario al siglo XXI, sino que han dejado que otros lo asuman como propio, en lugar de recalcar que nosotros somos los batllistas, pero Batlle era colorado.
En el pecado tienen su penitencia.
