Contador, escritor, periodista, ex legislador, ex subsecretario de ganadería, agricultura y pesca, ex presidente de ANTEL, CEO de la Comisión Administradora del Field Oficial
El fin del principio
“Este no es el fin, ni siquiera el principio del fin; es el fin del principio” dijo Churchill cuando los ingleses lograron su primera victoria contra los nazis en Tobruck, durante la Segunda Guerra Mundial.
La misma lógica podría aplicarse con relación al 27 de junio de 1973.
El verdadero golpe de Estado se había producido el 9 de febrero de ese año, cuando los militares se sublevaron contra el poder político.
La escalada había sido denunciada por el senador Amílcar Vasconcellos el 1º de febrero de ese año, en su carta abierta a la ciudadanía, donde denunciaba el levantamiento castrense que estaba en curso.
Juan María Bordaberry, entonces presidente de la república, designó como Ministro de Defensa a un general retirado, honesto y constitucionalista, con el fin de hacer volver a los cuarteles a los militares que, ensoberbecidos por su victoria en la represión contra la sedición tupamara, querían ir por todo al anunciar que la guerrilla había penetrado en la sociedad y por lo tanto había que llegar incluso a lo más íntimo de la ciudadanía para erradicar la subversión.
El nombramiento de Francese provocó que los militares sublevados desplegaran sus fuerzas en resistencia. Tanques y armamento pesado desfilaron por las calles como señal de que no aceptarían al nuevo ministro y su propósito de frenar la escalada. La armada, dignamente comandada por el Vicealmirante Juan José Zorrilla, enfrentó a las otras armas sublevadas sitiando la Ciudad Vieja como reducto para refugiar al presidente constitucional y los barcos estaban apostados en la bahía de Montevideo apuntando a lugares estratégicos.
La crisis llegó a tal punto que estuvo por desatar una verdadera guerra civil.
Por su parte, sectores políticos, fundamentalmente vinculados al Frente Amplio y a la central de trabajadores, dieron señales positivas hacia los sublevados, creyendo que su intención era instalar una dictadura de izquierda al estilo del que el General Velazco Alvarado había instalado en Perú.
El 9 de febrero, sin embargo, Bordaberry le pidió la renuncia a Francese y aceptó el tutelaje de los militares en el gobierno mediante el Pacto de Boizo Lanza firmado tres días después.
Ese fue el comienzo de un proceso de transición, de mucha inestabilidad política, donde si bien funcionaba el parlamento, era evidente que el poder había sido trasladado a las fuerzas armadas. La sociedad desconcertada y confundida veía surgir el arrepentimiento de sectores políticos que no enfrentaron como debían el levantamiento de febrero y, además hordas fascistas comenzaron a dar señales de un profundo trastocamiento de los valores esenciales de la República.
El 27 de junio, finalmente, con el cierre del parlamento y la proscripción de todos los partidos, se cayó en el oscuro período de pérdida de libertades, atropellos contra la integridad y dignidad de las personas y brutales asesinatos desde el poder, con la excusa de arrancar de base las raíces de la subversión tupamara.
Esta fecha se recuerda por todos al cumplirse 50 años de que ocurriera, porque el sistema en su conjunto se derrumbó definitivamente.
Sin embargo, fue solo el fin del principio del proceso golpista que se había iniciado el 9 de febrero, fecha que muchos prefieren ignorar debido a las erráticas conductas de conveniencia que tuvieron frente al levantamiento militar que arrasó con las instituciones republicano democráticas.