Texto de análisis político publicado en El Día Semanario, el 18 de abril del 2000
Los uruguayos que en los últimos días del año 1900 se preparaban para recibir al siglo XX, podían tener muchas dudas acerca del futuro del país pero seguramente contaban con una certeza inconmovible: para ellos no podía estar en discusión que, por todo el futuro previsible, los protagonistas de la vida política uruguaya serían los blancos y los colorados, tal como había ocurrido durante el siglo que moría.
El actual panorama político es muy distinto, por cierto. El lema más votado en los últimos comicios no fue el Partido Colorado ni el Partido Nacional, sino el Encuentro Progresista-Frente Amplio. Blancos y colorados debieron deponer más de un siglo y medio de enfrentamientos para sumar sus votos en la segunda ronda de la elección presidencial y lograr así el triunfo del Dr. Jorge Batlle frente al candidato de la izquierda, el Dr. Tabaré Vázquez. Cómo pueda evolucionar en el futuro esta alianza electoral y de gobierno entre los antiguos adversarios, y cómo pueda la mixtura afectar la individualidad y el perfil propio de cada colectividad, son por ahora interrogantes sin respuesta. En los umbrales del siglo XXI, el panorama político uruguayo es mucho menos claro que hace cien años.
¿Por qué la izquierda creció tanto en el Uruguay, al punto de terminar con el bipartidismo tradicional? En 1966, los partidos de izquierda y la Unión Cívica no alcanzaban a sumar el 10% de los votos y los bandos históricos captaban el 90% restante. En 1999 la izquierda (Encuentro Progresista y Nuevo Espacio) superó el 40% de los votos. ¿Por qué ocurrió esto? Ya hemos planteado la cuestión en otro editorial de EL DIA y volvemos ahora sobre ella, porque nos parece de primera importancia para entender al país.
En 1971, cuando se constituyó el Frente Amplio, la Guerra Fría estaba en pleno desarrollo y Cuba ejercía una atracción poderosa sobre la juventud latinoamericana.. El crecimiento del poder de la izquierda en el Uruguay podía verse entonces como una expresión local de ese conflicto mundial. Pero hoy las cosas no son así. El simbólico Muro de Berlín cayó en 1989, la Unión Soviética desapareció y la KGB dejó de subsidiar a los partidos comunistas del mundo entero. En muchos países la izquierda retrocedió electoralmente después del desprestigio y la disolución del «bloque socialista». Sin embargo, en Uruguay siguió creciendo. El fenómeno tiene pues causas locales que no responden -por lo menos linealmente- a lo que ocurra fuera de fronteras.
Tampoco podría explicarse el proceso de conversión del Frente Amplio en la primera fuerza política del país, por factores tales como el acceso a los medios masivos de comunicación o la habilidad política de su dirigencia. En cuanto a lo primero, es notorio que los partidos tradicionales acceden a los medios electrónicos, y en particular a la televisión, mucho más fácilmente que la izquierda. En cuanto a lo segundo, no parece que los principales líderes de los partidos tradicionales tengan nada que envidiarle a sus similares «encuentristas».
¿Será acaso que lo que hace crecer a la izquierda son los malos gobiernos blancos y colorados? La sencillez de la explicación es tentadora, pero no es posible aceptarla porque falla por su base. Los dos gobiernos de Sanguinetti y el «intermezzo» a cargo del Dr. Lacalle no fueron malos ni mucho menos. En esos quince años se restableció la democracia, la economía creció a un promedio anual superior al 3% y se logró un equilibrio cuya expresión más clara es la inflación de un dígito, después de décadas de dos y hasta tres dígitos. Los indicadores sociales también mejoraron, en términos generales. Pese a todo, la izquierda -que se opuso frontal y duramente a todas o casi todas las reformas del período- no cesó de aumentar su caudal electoral.
Hoy sí sería comprensible que las intenciones de voto castigaran a los partidos integrantes de la coalición de gobierno, porque por segundo año consecutivo el país está sumido en una profunda recesión. Y sin embargo, el dato más interesante que relevan las encuestas es la popularidad del presidente Batlle. Quizás este hecho pueda darnos la pista para entender el fenómeno al que nos estamos refiriendo.
Batlle ha logrado comunicarse exitosamente con la gente. Contribuyeron a ello factores diversos, como la llaneza de su lenguaje y actitudes, el afán de transparencia que caracteriza a su gestión desde el primer día, su emotividad a flor de piel, el énfasis ético con el que encaró temas delicados y la dedicación completa con la que se ha consagrado al cumplimiento de los deberes de su cargo. Todos esos factores, dirigidos y administrados con un talento político innegable, le han permitido al presidente concluir airosamente uno de los años más duros de la historia reciente del país.
¿No será entonces la mala comunicación con la ciudadanía, lo que ha hecho perder peso electoral a los partidos tradicionales aún en los años de relativa prosperidad? Los antiguos «aparatos» partidarios, construidos sobre extensas redes de clubes seccionales, hace mucho tiempo que dejaron de existir. Lo mismo le ocurrió a la prensa partidaria (el viejo diario EL DIA, el vespertino Acción, etc.). Las audiciones radiales a cargo de los principales dirigentes -como la inolvidable «Hora de lucha colorada» de Manuel Flores Mora- brillan por su ausencia. Los órganos partidarios no se reúnen. Más allá de las campañas electorales, no hay espacios para la militancia juvenil. Paralelamente, los equipos de gobierno se componen cada vez en mayor medida de profesionales y técnicos con escaso o ningún arraigo en la base partidaria.
En estas condiciones no puede causar sorpresa que los partidos tradicionales tengan dificultades para comunicarse con la sociedad a la que deben representar en el plano político. Súmese a lo anterior que el país ha tenido que encarar, como el resto del mundo, profundas reformas económicas de gran impacto social que agreden el recuerdo y la leyenda del viejo Uruguay batllista, y más clara se hace la existencia de un problema de comunicación entre los partidos tradicionales y la sociedad uruguaya, cuyas consecuencias electorales están a la vista.
Pese al crecimiento logrado y a sus promisorias perspectivas, el Encuentro Progresista realizó recientemente unas jornadas de reflexión y actualización ideológica en las que participaron destacados cientistas sociales; según cuenta la crónica, no faltaron las críticas a la actuación pasada y las exhortaciones a aprender, con humildad, de los errores cometidos.
En el Partido Colorado, en cambio, actividades como ésas brillan por su ausencia. Lo más parecido a la reflexión política que se escucha, son diatribas contra la izquierda y exaltaciones de las coincidencias entre los partidos tradicionales. ¿Se pensará disputar la elección del 2004 oponiendo «demócratas» a «marxistas-leninistas»?
¡Como para sorprenderse, después, ante el crecimiento de la izquierda!