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El 13 de junio de Juan Emilio Cheyre
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El 13 de junio de Juan Emilio Cheyre


(*) Economista y escritor. Ex-subsecretario de economía de Chile y ex-embajador chileno ante España e Italia


Conocí a Juan Emilio Cheyre durante los primeros meses de 1995. Él acababa de ocupar la jefatura de la Misión Militar y de Defensa de Chile en España y, respetando el protocolo, una de sus primeras actividades fue visitar al embajador de Chile ante el Reino, que era yo. La impresión que me causó en esa ocasión fue la de un militar ciento por ciento. Recto y rígido, casi envarado, era capaz de mantener una larga conversación de pie sin abandonar la posición de firmes, las manos pegadas a la costura del pantalón.  

No podía ser más desalentador para el embajador, porque entonces, durante los primeros años de la transición, el gobierno y el Ejército vivíamos inmersos en la mutua desconfianza. Una relación en la que cada parte sospechaba de la otra y en la que, a veces, las sospechas resultaban ciertas. Poco tiempo antes, en 1990, el Ejército había protagonizado el llamado “ejercicio de enlace” y en 1993 el llamado “boinazo”; dos actos de claro desafío al gobierno. El segundo sobre todo, con la salida a lugares públicos de militares en apresto de combate, algunos con la cara pintada, más que un desafío fue una amenaza directa. En ese momento el Ejército, al mostrar su fuerza, advirtió que el único paso que seguía a esa demostración era su uso porque, como saben bien los militares y debiéramos saber todos, la fuerza sólo se muestra para utilizarla.

Este segundo evento se resolvió por la vía de la negociación. El Ejército logró que el gobierno levantara una importante cantidad de lo que consideraba bloqueos en ascensos, traslados y otras disposiciones institucionales, así como decisiones presupuestarias que lo afectaban negativamente. Esperaba también la sustitución del ministro de Defensa, Patricio Rojas, quizás el menos adecuado de todos los ministros de Defensa que tuvo la Concertación; pero quien pagó los platos rotos fue el subsecretario Marcos Sánchez, que debió abandonar el cargo. Y en lo relativo al caso que sirvió de pretexto para la movilización, conocido como de los “pinocheques”, se logró el cierre del sumario y, años más tarde, su cierre definitivo.

Sí, tal como lo acabo de escribir. El Ejército de Chile negociando con el Gobierno de Chile, al cual debería estar subordinado… e imponiéndose en la negociación. Raro, ¿verdad?, absolutamente inconcebible hoy día. Ridículo, disparatado, imposible de imaginar en un país como Chile en el que las instituciones son sólidas y funcionan. Pero es que es probable que la mayoría de las cosas que ocurrían entonces puedan resultar simplemente inconcebibles para quienes no las vivieron. Con un Comandante en Jefe del Ejército que era la misma persona que había ejercido durante 17 años una dictadura sólo compartida parcialmente con los jefes de las otras Fuerzas Armadas y había perseguido y hecho encarcelar a buena parte de aquellos que ahora gobernaban. Y con un Ejército (sí, aquel que se había exhibido en torno ciertos edificios públicos, armado y con los rostros pintados) compuesto en su mayor parte por los mismos hombres que habían perpetrado lustros atrás el golpe que condujo a esa dictadura. Pero así fue nuestra transición. Así, quizás, sean todas las transiciones: un momento casi permanente de negociación, en el que lo único sólido es el último acuerdo alcanzado y lo menos macizo sean las instituciones, cuya solidez dependerá sobre todo de la utilidad que se pueda sacar de ella en cada momento.

Se comprenderá entonces que, para el embajador que era yo, tener al lado a un señor general con toda la apariencia de ser cúbico como un dado, sólo podía significar un problema. Es más, el antecesor directo de Cheyre había sido un general que pareció considerar parte de su tarea demostrar su superioridad intelectual sobre mí, de modo que se preparaba concienzudamente sobre un tema económico de cierta complejidad y luego procedía a hacerme una visita. En ella, casi como al pasar, preguntaba mi opinión sobre el tema en cuestión a lo que yo contestaba con alguna generalidad pretendidamente ilustrada. Entonces él procedía a desplegar toda la erudición que acaba de adquirir, abrumándome con variables analíticas y estadísticas. No resultaba muy agradable.

Pero mi primera impresión sobre Juan Emilio Cheyre resultó totalmente equivocada. Era todo menos ese militar cúbico que me imaginé. Creo que de esa primera imagen sólo queda un cierto envaramiento físico que, supongo, ya no lo abandonará (todavía es capaz de conversar en posición de firmes). El resto era todo ganas de saber lo que pensaba “la otra parte”, exponer sus puntos de vista con sinceridad y total disposición a modificarlos si otros argumentos lo convencían y, sobre todo, una absoluta preocupación por sacar adelante esa transición que tanto parecía costarnos.

Y parte importante de esa transición era una que por la época y me temo que aún ahora, es muy poco considerada por analistas y estudiosos: la “transición militar”. Tan cierto como que, con toda seguridad, no podría hablarse de una transición completa mientras los militares no experimentaran su propia transformación. La transición de los militares era la condición necesaria para que las instituciones dejaran de ser elementos de conveniencia y se transformaran en verdaderas garantes de nuestra convivencia democrática. Juan Emilio Cheyre lo entendía así y entendía, también, que él tenía responsabilidades en esa tarea.

En esas condiciones nuestra relación fue totalmente diferente a la que me había imaginado. Compartimos preocupaciones y reflexiones. Recibí sus comentarios a las notas que luego se tradujeron en mi libro “La pata coja y la transición infinita” y juntos organizamos y llevamos a cabo el seminario académico de El Escorial, en el que militares y políticos, españoles y chilenos, pudimos conversar con toda franqueza y profundidad acerca de los problemas de la transición.

Al dejar la Misión en España, Cheyre asumió la Dirección de Institutos Militares y Posteriormente la jefatura del Estado Mayor del Ejército, antes de ser nombrado Comandante en Jefe por el Presidente Lagos en 2002. Desde que asumió esa función su dedicación principal fue impulsar y orientar la transición militar. Inauguró su mandato con una columna en La Tercera titulada “2003: un desafío de futuro” en la que señaló “El Ejército pertenece a todos los chilenos, a quienes está llamado a servir por igual”. El mismo año logró que los ex Vice Comandantes en Jefe del Ejército, con la excepción del general Canessa, condenaran los excesos cometidos por el gobierno militar y decidió que el ejército no celebrara más el 11 de septiembre (“no hay nada que celebrar”, declaró).

En 2004, en la ceremonia de juramento a la bandera el 9 de julio, hizo un llamado explícito a sus camaradas de armas a cooperar con la justicia. Instruyó que el 30 de septiembre de 2004 se realizara el funeral de Estado del general Carlos Prats, que hasta entonces le había sido negado por el Ejército. En noviembre de ese año, mediante otro artículo en La Tercera, titulado “El fin de una Visión”, asumió toda la responsabilidad en los crímenes en que participó personal de su institución.

Uno de sus actos más notables durante este período fue la convocatoria, en diciembre de 2004 en la Escuela Militar, a un encuentro en que estuvieron presentes todos los poderes del Estado, los familiares de detenidos desaparecidos (que concurrieron portando las fotografías de sus deudos), los organismos y organizaciones vinculadas a desaparecidos, académicos y representantes de todos los grados del personal del Ejército, militar y civil. Expusieron personas expertas en temas de Derechos Humanos y también los ministros de Justicia y Defensa. En su discurso, Cheyre hizo explícita una “petición de perdón por la irracionalidad de actos que la institución nunca debió realizar”, reiteró el compromiso con el tema y exigió nuevamente la entrega de antecedentes relacionados con detenidos desaparecidos a quienes los tuvieran.

Quizás la culminación de este decidido proceso de asumir responsabilidades y promover el cambio cultural del Ejército, fue el decreto presidencial del 27 de febrero de 2006, mediante el cual se aprobó la nueva Ordenanza General del Ejército, esto es el código de ética y comportamiento militar. En ella, se explicita el concepto de “obediencia reflexiva”, que establece los límites hasta los que se deben cumplir órdenes que persiguen fines ilícitos. Y allí, además, quedó establecido que el comportamiento del Ejército debe orientarse por el concepto “profesionalismo militar participativo”, que se definió en el justo medio entre el “protagonismo impropio” de la intromisión en política, y el “reduccionismo excluyente”, que quiere al Ejército ausente de toda actividad, sin aceptar siquiera su contribución en casos de catástrofes.  Con la promulgación de este Decreto, podría, con justicia, darse por concluida la transición militar.

Pero sin duda el acto de más profundo dramatismo de este proceso fue el que se recordó la semana pasada, el 13 de junio. La declaración del “nunca más”. Para tener una idea completa de su significado se debe recordar que, justamente en esa fecha, pero en 2000, se realizó en La Moneda la ceremonia de presentación del Acuerdo Final de la Mesa de Diálogo. Un acuerdo en el que, por primera vez desde el regreso de la democracia, las Fuerzas Armadas reconocían las violaciones a los Derechos Humanos cometidas en dictadura. En la ocasión, el Presidente Lagos realizó su propia declaración “Nunca Más”, dijo: “Este acuerdo es el que permite el compromiso solemne de todos los que formamos parte de la patria, de que en Chile nunca más se asesinará ni se hará desaparecer opositores. Que nunca más agentes del Estado ejercerán de modo sistemático torturas o asesinatos u otras violaciones. Que nunca más se podrá acceder al poder por vías distintas a las democráticas”.

Era sin duda un momento trascendente y el discurso del Presidente así lo expresaba. El compromiso democrático de la República se expresaba en el compromiso de que nunca más situaciones enemigas de la democracia pudieran tener lugar. Sin embargo, era un compromiso en el que sólo aparecían involucradas las Fuerzas Armadas, es decir aquellas que habían cumplido la desgraciada misión de materializar las “torturas o asesinatos u otras violaciones”. Quedaban, así, eximidos si no de culpa por lo menos de compromiso todos aquellos actores civiles que hicieron en buena medida de las Fuerzas Armadas el instrumento de sus propias aspiraciones o de sus propias incapacidades para resolver los problemas que ellos mismos crearan.

El “Nunca más” de Cheyre, dicho en la misma fecha del “Nunca más” del Presidente Lagos, vino a llenar ese vacío. Era el complemento perfecto para que el compromiso fuera de todos y sentara las bases para acabar con la división del país.

Dijo Cheyre en Calama, el 13 de junio de 2003“Debo decirlo: siento que pese a todo seguimos siendo prisioneros del pasado. Tenemos grandes dolores. Por eso creo que la sociedad, a través de todas sus autoridades -no sólo el gobierno- todas, tienen la oportunidad de enfrentar el problema en su conjunto.

Me refiero al nunca más una clase política que fue incapaz de controlar la crisis que culminó en septiembre de 1973. Nunca más a los sectores que nos incitaron y avalaron oficialmente nuestro actuar en la crisis que provocaron. Nunca más excesos, crímenes, violencia y terrorismo. Nunca más un sector ausente y espectador pasivo. En fin, nunca más una sociedad chilena dividida.

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