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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Don Pepe en nuestra piel

Bien. Ya pasó la primera vuelta y estamos a días de la segunda. Uruguay desgraciadamentetendrá balotaje, el mejor sistema anti-partido. Otro sería el cantar, para espantar los miedos insuflados por quienes pretenden pintar un país trancado si el titular del la Presidencia de la República no coincide con la mayoría del Senado, si nuestra Constitución consagrara el sistema parlamentarista.

Pero no nos ocuparemos de eso. Al respecto sólo diremos que la política es el arte de lo posible y la negociación es el medio para concretarlo. Negociar va a ser la tónica para que el  próximo, sea quien sea el próximo presidente, sea o no sea gobierno.

Sin embargo este editorial tiene otro objetivo: va al corazón del Partido Colorado, el principal socio de una coalición que pretende disputarle el poder al Frente Amplio.

En la previa a las elecciones nacionales la interna del partido de la Defensa ocupó bastante lugar en el siempre tentador espacio de la especulación. La irrupción de Pedro Bordaberry, favorito de las encuestas del coloradismo a pesar de no presentarse a disputar el liderazgo de su colectividad, pateó el tablero y las fichas se realinearon.

El nuevo líder del Partido Colorado, Andrés Ojeda, quien ganó su espacio en buena ley, no repitió el criterio de su antecesor Ernesto Talvi, (ni el de Julio Ma. Sanguinetti quien desde su segundo puesto continuó actuando como si tuviera el primero). No; Ojeda festejó públicamente la reinserción de Vamos Uruguay al escenario político.

Tanto Ojeda como Bordaerry negaron siempre cualquier tipo de ambiente ríspido. Es obvio que a ninguno de los dos les convenía esa percepción. El primero porque mostraría debilidad y el segundo so pena de ser considerado un advenedizo. Como sea, en sus respectivas campañas convivieron con urbanidad.

Ahora, en lo que respecta a los colorados, una posible disputa por el comando partidario supone algo más que el perfil de sus líderes. Porque si bien en estas internas las ideas no fueron el primer tema de discusión, no menos cierto es que más allá de enfoques publicitarios efímeros- los partidos están definidos por su historia, sus postulados, sus logros, es decir, por todo aquello que provoca la identidad del votante con su vehículo de representación.

Los partidos no son cajas de sorpresas. Y sus líderes lo son en tanto hayan conseguido interpretar a y ser interpretados por sus seguidores en el marco de la pertenencia y adhesión partidaria. Y aquí entra a jugar, más allá del carisma, la definición ideológica de los candidatos.

Aquí entra a jugar el batllismo, una suma de conceptos y acciones que sería difícil concebir fuera del imaginario o la mitología del Partido Colorado. En ese imaginario está fuertemente arraigada una percepción y comprobación indiscutible: nunca el Partido Colorado fue más fuerte que cuando fue guiado al influjo de Batlle y Ordóñez.

Así, aunque Ojeda no ha hecho campaña destacando sus orígenes dentro del batllismo o inscrito en el movimiento de Talvi, que con la marca de un país modeloreclamó una vuelta a los orígenes de la visión de Batlle y Ordóñez, sí viene de allí.

Por su parte, Bordaberry no representa la idea batllista del Estado como promotor de la justicia social y regulador de las fuerzas del mercado que la hacen posible. Para que no quepan dudas, se ha declarado liberal en lo político . . . y en lo económico

El asunto no es menor. Son conocidas, por ejemplo, definiciones políticas adoptadas bajo el liderazgo de Bordaberry respecto al aborto o al casamiento igualitario en las cuales el Partido Colorado hubo de manifestarse maniatado por el requerimiento de disciplina partidaria. En las mismas influyeron sus convicciones que, seguramente, están lejos del pensamiento de Don Pepe.

Dentro de menos de un mes se sabrá cuál será el rol de los colorados ya en el gobierno, ya en la oposición. Las elecciones internas definieron, además de los candidatos partidarios, la conducción de la colectividad para cualquiera de esas dos instancias. Una redefinición de la conducción partidaria resultante de distintos tiempos y distintos escenarios no parecería ser un camino atinado, sobre todo si la misma no es sino la reiteración de otras pasadas con éxito esquivo.

Posiblemente estas disquisiciones no vendrían a cuento si la dirección partidaria continuase, como debe ser, definida por el resultado de la interna y la posterior conformación de la fórmula Ojeda- Robert Silva. Cualquier otro camino que pudiera implicar conflictos internos (y su más que previsible debilidad en cualquiera de los roles que vaya a asumir el Partido Colorado en el próximo período de gobierno) sería una opción además de tonta, casi-casi suicida.

Una razón más para una conducción batllista: la habilidad de Don Pepe para sobreponerse a una mala mano. Como viene la actual, aún halagueña, tampoco  estaría mal seguir el ejemplo de aquellas convenciones a partir de las cuales el Partido salía airoso, más fortalecido aún tras la adversidad.

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