En las últimas tres semanas hemos publicado las reflexiones de nuestro columnista Nicolas Martinez sobre la importancia de la Filosofía en el currículo de la enseñanza media nacional. Su último artículo, en forma de carta abierta al ministro de Educación y Cultura Pablo da Silveira, mereció una respuesta del ministro.
Como un aporte al debate respetuoso de ideas –el único que debería tolerarse en una sociedad civilizada– y con el ánimo de ayudar a la construcción de la mejor educación para el país, con la cual este medio está comprometido, publicamos su respuesta.
El editor
Estimado Nicolás Martínez:
Muchas gracias por su amable carta, que leí en eldia.uy. Gracias en especial por la naturalidad con la que usted asume que, cuando hace unos días hablé de dificultades de lectura, me estaba refiriendo a los estudiantes y no a los docentes.
Esas declaraciones fueron hechas después de una conferencia de prensa en la que hablamos largamente de los docentes. Las preguntas iniciales de los periodistas también se referían a ellos. Cuando apareció una pregunta que cambiaba el tema y trasladaba el punto de interés a los estudiantes, la primera vez usé una palabra por otra y dije «docentes», cuando me estaba refiriendo a los estudiantes. Eso queda claro para cualquiera que escuche con atención y buena fe. Felizmente, en estos días recibí muchísimos mensajes de personas que me lo confirman. Después, están lo que viven de la descalificación y el golpe bajo.
Su carta toca puntos que me movilizan. Cuando hablamos de filosofía, hablamos de una de las grandes pasiones de mi vida. Hice una Licenciatura en Filosofía en la vieja Facultad de Humanidades y luego me fui a estudiar a Europa, donde hice una maestría y un doctorado. Pasé cinco años leyendo e investigando a tiempo competo, en una universidad fundada en 1425. Allí defendí una tesis en las condiciones académicas más rigurosas. Luego volví a Uruguay y enseñé filosofía durante 25 años. He publicado unos cuantos libros y muchos artículos académicos. Puedo decir que a la filosofía he consagrado mi vida.
La filosofía nos enriquece, desarrolla nuestras capacidades intelectuales, nos hace más profundos y reflexivos. La filosofía es el camino principal que nos conduce a lo que Sócrates llamaba «la vida examinada», o sea, el ideal de una vida que no solamente se vive, sino sobre la que se reflexiona y en la que se toman decisiones deliberadas y fundadas.
La filosofía es también una disciplina árida y exigente. Lo es desde el punto de vista formal (razonar con rigor es una gimnasia dura) y lo es desde el punto de vista de los contenidos (leer correctamente a los clásicos de la filosofía, como Platón o Kant, da mucho trabajo y exige una preparación previa). Tanto es así que mucho de lo que usualmente se presenta como discurso filosófico está muy lejos de cumplir con los mínimos niveles de exigencia que son propios de la disciplina.
Esto no significa que la filosofía deba ser para pocos. Tenemos que hacer esfuerzos para acercarla lo más posible la mayor cantidad de gente. Eso intenté hacer en algunos de mis libros, como Historias de filósofos. Pero, si queremos ser efectivos, tenemos que respetar lo que en pedagogía y didáctica se llama «progresividad». Yo no puedo empezar la formación matemática de un niño enseñándole ecuaciones de segundo grado. Tampoco puedo enseñar filosofía sin un previo desarrollo de la comprensión lectora.
Usted admite este punto, pero plantea que no hay que caer en dicotomías excluyentes. Y, desde el punto de vista conceptual, estoy de acuerdo. El problema es cuando hay que organizar el trayecto educativo de muchas personas en un marco de restricciones: el tempo educativo es limitado, la cantidad de docentes es limitada, los recursos materiales son limitados. Ahí se vuelve necesario fijar prioridades y, eventualmente, tomar decisiones difíciles.
Mi punto de vista (que no necesariamente es el de las autoridades de Anep) es que nos estamos engañando si prometemos enseñar filosofía o pensamiento crítico al mismo momento que venimos fallando masivamente en algo tan básico como la comprensión lectora. Lo responsable es hacernos cargo de ese fracaso y buscar respuestas.
Hubo una época en la que se pudo enseñar mucha filosofía en bachillerato, porque los que llegaban eran pocos y bien formados. Hubo otra época en la que pudimos ampliar el acceso al mismo tempo que se mantenía una enseñanza de alta calidad. Hoy tenemos problemas de acceso y de calidad. Eso nos exige fijar prioridades que apunten a recuperar lo fundamental. En la medida en que logremos hacerlo (si hay voluntad, eso puede hacerse rápido), mi sueño es fortalecer la cultura filosófica de los uruguayos.
Una vez más, muchas gracias por su amable carta.
Un cordial saludo,
Pablo da Silveira.