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43 años, muchos y buenos
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Hace 43 años los uruguayos decidíamos poner final a la dictadura. Principio del final, pero final al fin.

A mi el domingo 30 de noviembre me agarró ansioso –más de lo común– debutaría en las urnas y sentía, y creo no haberme equivocado, que esa votación trascendía a cualquiera otra en la que me hubiese correspondido elegir Partido, Senadores, Diputados, Presidente, Intendente. Los cargos se eligen por cinco años. Rechazar el engendro del proyecto constitucional propuesto por la dictadura fue una opción de vida, y para siempre.

Así que mis recuerdos, ultra personales, pasan por haber militado por el NO en la «clandestinidad». Por haberme encontrado con gente linda –como Daniel Armand Ugon, Gabriel Gurméndez, Juan Ramón Rodríguez Puppo — con quienes «conspirábamos» dejando panfletos en el baño de la Facultad de Derecho o volanteando folletos impresos a mimeógrafo en las calles más oscuras de Montevideo. Por haber sido soñado que cambiaríamos al Uruguay fundando la Corriente Batllista Independiente en un salón enorme y vacío en El Día, en 18 y Yaguarón. Por haber participado en la organización del acto del Cine Arizona. Por haber ayudado a hacer realidad el aviso que ilustra esta nota. Y por haber estudiado muy poco durante todos esos días, lo que me llevó a perder el primer y único examen de mi vida.

Pero aquello que es ultra personal, fue una parte, solo un átomo del cuerpo que se formaría ese día. Fue la suma de todos los que sentimos algo distinto –algo trascendental– cuando votamos NO, lo que moldeó a los casi 40 años de democracia que llevamos vividos desde aquel entonces. Es verdad, el recuerdo puede erizarnos, tentarnos con una rememoración épica, pero lo cierto es que, bien pensado, analizado, y pasado por el tamiz de historia, el 30 de noviembre del 80 fue un momento de encuentro nacional.

Para mi, a partir de ese momento nacía un Uruguay posible. Un Uruguay democrático del cual lo único que conocí, con cierta conciencia, siendo un niño, es que la democracia no es lo mismo que el mar o la montaña: no está siempre ahí.

Es decir, lo único que conocí de la democracia fue su pérdida. Se pierde en un santiamén y se gana todos los días. Así que el 30 de noviembre del 80 el tema pasaba por otro lado. Sí podía haber democracia. Sí había un Uruguay que nos esperaba, una invitación a decidir lo que queríamos ser o seguir siendo. Y a lo que no queríamos ser nunca más.

Así era el ambiente hace 43 años, y si bien mi recuerdo es parcial de acuerdo a lo vivido –el hombre es el hombre y sus circunstancias– sí era posible descubrir en el ambiente un sentimiento distinto, que la generación de mis padres recuperaba y la mía quería estrenar. Los jóvenes estrenábamos –asignándole una importancia que, por suerte, no ha perdido el día de hoy– Ser los dueños del destino propio. Ese componente de la democracia, sin el cual no hay democracia.

Lo bueno del cuento es que el 30 de noviembre de hace 43 años hoy no se queda en la evocación dulce. Podremos discrepar en mil asuntos en el Uruguay de nuestros días. Y tal vez más sobre las formas –buenas o malas– de discrepar. Pero hay algo que es de todos –de la más abrumadora mayoría, por lo menos– y es que en la actualidad el 30 de noviembre puede ser todos los días, que desde aquel hito ser y sentirse libre es lo cotidiano.

¿Que hay más espacios que conquistar para el ejercicio libre de la voluntad y el derecho? Por supuesto, pero sin habernos sacudido de encima a las almas tutoriales hace 4 décadas, no tendríamos ni por donde empezar.

Así que hoy, me voy a acordar de cómo voté.  De cómo salí en un móvil de El Día a buscar noticias por Montevideo con Silva, que lo manejaba, y con Claudio Paolillo que en esa instancia también cubría las noticias para Radio Carve, si no me equivoco. Y me voy a acordar de como salimos medio disparados a buscar los resultados del plebiscito al Palacio Legislativo, cuya escalera parecía interminable, separando lo real de lo imaginable. Y me voy a acordar que salía a buscar a alguien que nos dijera algo y vi a Carlos Muñoz cuya cara lo decía todo. Y sobre todo, me voy a acordar que de tanto buscar, encontré la libertad.

 

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