Murió un deportista; un deportista de alta competencia, murió un muchacho de 27 años y con él un hombre padre de dos hijos.
Murió la Vida. Murió él y con él murieron el muchacho, el esposo, el padre, el hijo… se murieron todos de una sola vez. También murieron los compañeros, la bronca y la alegría del vestuario.
Se enlutaron las camisetas de Cerro, de Wanderers, la de Liverpool, y las de Nacional y Peñarol.
Pero en todo esto tan luctuoso, Juan Manuel Izquierdo se alza victorioso y deja un legado. Juan Izquierdo -el que decía a modo de reclamo “doy la vida por ustedes” en el Vestuario- nos recordó a todos quiénes somos o más bien quiénes debiéramos ser y hasta quienes fuimos.
En tiempos de intolerancias, en tiempos de hinchadas separadas por pulmones imaginarios en donde “vos andá para allá y vos quédate acá- Juan Izquierdo nos deja el mejor legado.
Puede un hombre vestido con los colores de Peñarol dejar flores a un hombre que cayó en defensa de los colores de Nacional
Pudo otro hombre colgar de las rejas tristes la camiseta de Peñarol pidiendo permiso para ello, sabiendo que la congoja le autorizaba.
Todo fue respeto porque el dolor no tiene camiseta y también vimos hombres, mujeres y niños vestidos con trajes apuestos abrazándose.
Vimos algo que desde hace 50 años no veíamos, acostumbrados ya a que no podríamos verlo, pero lo vimos.
El legado de Juan -a costa de su propia ida- es que una cosa es ser rivales eternos y hasta inclaudicables en la rivalidad, y otra es ser enemigos.
Gracias Juan por tu legado, por tu ejemplo y por lo que dejas al colectivo deportivo que también dejas a la sociedad.
CI 1.611.958