La unión apresurada de los partidos tradicionales no suma, resta: debilita identidades, ahuyenta votantes y allana el camino para que el Frente Amplio se consolide como fuerza hegemónica, absorbiendo el sistema político uruguayo.
La ilusión de la unidad
En la política uruguaya se está instalando con fuerza la idea de que la llamada “Coalición Republicana” —una alianza bajo un mismo lema entre el Partido Colorado y el Partido Nacional— sería la herramienta más efectiva para derrotar al Frente Amplio. Sin embargo, esa visión es tan seductora como peligrosa, porque confunde la unidad con la disolución de las identidades partidarias y pasa por alto que, en términos prácticos, podría ser el camino más directo para garantizar otros quince años de gobierno frenteamplista.
El costo de perder la identidad
Unir partidos con historias, culturas y electores distintos bajo un único rótulo no significa sumar fuerzas; muchas veces significa restar. Cuando se borra el perfil propio, se pierde la capacidad de atraer a votantes que valoran las diferencias, las propuestas originales y el arraigo histórico. El electorado no es un bloque mecánico que se transfiere automáticamente de un candidato a otro: es un conjunto vivo, con emociones, convicciones y pertenencias que no se borran por decreto.
Los riesgos de la Coalición Republicana
El riesgo inmediato de la Coalición Republicana es que, lejos de fortalecer a los partidos tradicionales, los debilite. Se anula el incentivo de competir sanamente en octubre para crecer en la primera vuelta, y se sustituye por una apuesta exclusiva al balotaje. Pero, peor aún, se erosiona la identidad partidaria, provocando un desenganche emocional y político entre los ciudadanos y sus partidos de referencia. A mediano plazo, esa alienación puede derivar en un escenario donde el Frente Amplio —flexible, heterogéneo y con capacidad para aglutinar distintas corrientes— se consolide como una fuerza única capaz de dominar el sistema político, al estilo del PRI en México.
Lecciones de las elecciones departamentales
La experiencia reciente en los departamentos es ilustrativa. En Montevideo, la votación colorada fue magra; en Canelones, relativamente pobre; y en Salto, una porción significativa del electorado colorado terminó apoyando al candidato blanco. En estos tres departamentos, donde hubo acuerdos bajo la lógica de la coalición, el resultado no fue el fortalecimiento de los dos partidos, sino la dilución de uno en beneficio del otro. Si se extiende este modelo a todo el país, ¿qué sentido tendría para el Partido Colorado presentar candidatos a intendente si el lema compartido termina favoreciendo al ganador blanco en cada departamento?
Consecuencias a nivel local y nacional
La consecuencia sería doblemente perjudicial: debilitamiento de las estructuras locales coloradas y progresiva polarización departamental entre el Partido Nacional y el Frente Amplio. En ese contexto, la falta de una alternativa propia haría que muchos votantes —por desencanto o por lógica de polarización— terminen migrando al Frente Amplio. La intención de generar un lema nacional CR, además de departamental como sucedió en algunos departamentos, con candidatos a intendente de origen blanco, lleva a desestimular la decisión de dirigentes políticos colorados de postularse a cargos departamentales o municipales, dado que competirían con otros ciudadanos o vecinos, que irían en listas de apoyo a intendentes favoritos de filiación blanca. Este debilitamiento en el proceso de participación local de dirigentes colorados, sería un elemento más de socavamiento de la base partidaria a nivel nacional.
Una alternativa más efectiva
Frente a este panorama, la pregunta es inevitable: ¿No sería más productivo cultivar la identidad partidaria de cara a la sociedad, apostando a crecer en primera vuelta para llegar al balotaje con fuerza real? ¿No sería más inteligente confiar en la gente para la segunda vuelta, en lugar de apostar a acuerdos de cúpulas que enajenan a los votantes y diluyen los lemas con los que se sienten identificados?
El éxito de 2019
El éxito de 2019 demuestra que la oposición puede derrotar al Frente Amplio sin sacrificar identidades partidarias. La competencia en la primera vuelta, seguida de una convergencia táctica en el balotaje, permite captar votantes diversos y canalizarlos hacia un proyecto común. Forzar un lema unificado, en cambio, arriesga repetir los errores de las departamentales, donde la identidad colorada se desdibujó, allanando el camino para el avance de la hegemonía frenteamplista.
La política más allá de la matemática
La política no es sólo matemática electoral; es también identidad, confianza y narrativa. Si los partidos tradicionales, en su afán por derrotar al Frente Amplio bajo la bandera de un republicanismo liberal, adoptan medidas tan toscas que diluyen sus propias identidades, el resultado puede ser contraproducente: lejos de debilitar al adversario, podrían fortalecerlo, regalándole no solo la próxima elección, sino el dominio del sistema político uruguayo por años.


