Las elecciones generales españolas del pasado 23 seguramente dejarán lecciones.
Que, como en otras —alrededor del mundo y en nuestro país— , ponen de manifiesto que la infalibilidad de las encuestas está por verse (cuando no la capacidad y honestidad de quienes las diseñan y las dirigen), y que distan mucho de ser el escrutinio.
Que opinar sobre los procesos electorales ajenos desde las convicciones políticas propias, puede resultar en una tragedia con imagen devaluada incluida.
Que comprender el sistema parlamentario supone un ejercicio de imaginación en la administración del poder, en donde la negociación política tiene el protagonismo propio de un sistema que la fomenta.
Que el empeño por pintar un mundo en blanco y negro con el que se quieren beneficiar las opciones más radicales no es garantía ni de rédito político, ni sinónimo de de buen criterio.
Que conformar un gobierno al calor de las grandes preferencias populares, no necesariamente debería excluir los grandes acuerdos con los grandes partidos, como una forma de soltar el lastre de los extremos radicales.
Son muchos qué para una nota, aunque las lecciones, seguramente, no se agoten en las que correspondan a cada uno. No obstante, me importa enumerarlos porque algunos de ellos son“food for thought”, esa expresión decimonónica inglesa que nos sugiere “digerir” ideas en nuestros cerebros. En corto: pensarlas con detenimiento.
Respecto a las encuestas, no creo que valga la pena detenerse mucho en ellas. Cada vez que le erran feo me viene a la cabeza la frase de Mark Twain y las estadísticas: «Hay tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y estadísticas”. Si se sustituye encuestas por estadísticas no pasaría mucho, más que confirmarnos como en materia de campañas políticas, ellas son sagradas o malditas según arrimen o no agua para el molino de quienes las adoran o denuestan. En fin, que hay que relativizarlas: no son el paisaje, son la fotografía.
Uy, en esto de opinar sobre procesos electorales ajenos, algunas conclusiones: resulta una temeridad hacerlo desde el punto de vista ideológico y, más, desde la posición de “ombligo del mundo”. Entender las elecciones en un país dado, supone conocer su economía; la “temperatura” social; las forma como los medios tratan las noticias; y hasta el impacto de la nueva realidad maniquea de las redes sociales en cada cultura. Solo nombrando las anteriores es posible percatarse de las dificultades intrínsecas de la “opinología” desde fuera. Ni hablar cuando, además, en algunos países –como en España– las elecciones incluyen el más que complejo asunto de los separatismos nacionalistas, que es aún más difícil de entender desde un Uruguay unitario, en el que no se tiene ni la más papa idea de lo que significa el separatismo, ni se sufre.
Y, ¡ay!, el parlamentarismo. A mi juicio, algo que no le vendría mal a esta América Latina plagada de partidos políticos, de outsiders, y de sistemas políticos fallidos (con los consabidos acuerdos corruptos como resultado de los mismos) Pero, ojo, no es que sea sólo en Uruguay donde no se comprenden a cabalidad los beneficios del sistema. En estas elecciones españolas— y esto con la debida advertencia de que la cita viene de sectores interesados, pero aún así vale la pena traerla a colación— la frase de la líder de Sumar, Yolanda Díaz, contestando al “no se puede gobernar con el apoyo de independentistas” del líder Alberto Núñez Feijóo, lo dice todo: “Feijóo no comprende el marco constitucional y de la democracia”. . . “el modelo constitucional no es presidencialista, es parlamentario”. O sea, gobernar se puede. . .está permitido. Qué nos guste cómo y con quién ya es otra cosa.
Sobre el maniqueísmo disruptivo de los últimos años: a mi gusto fomentado por unas redes sociales que a fuerza de acortar los caracteres de nuestros pensamientos han logrado suprimirlos, seguramente son iguales en cualquier país del mundo. Los bandazos de derecha a izquierda —muchas veces de izquierda o derecha radical— en los gobiernos del orbe eximen de mayores comentarios. No obstante, un poco de contexto está bueno; no es lo mismo el mundo binario en un estado del medio oeste estadounidense, que en Catalunia, o, para mirarlo con ojos rioplatenses, que en Uruguay y Argentina. O cisplatinos: que en Uruguay y Brasil.
Y el último, y a mi gusto súper importante. Para quienes piensen —como yo— que un sistema parlamentario puede arrojar buenos gobiernos producto de las ideas y las convicciones, pero también de las circunstancias coyunturales propias de la dinámica universal, les recomiendo leer la nota de Alvaro Briones que El Día publica hoy, sobre las ambigüedades.
La políticas es el arte de gobernar, pero también el arte de lo posible. Y lo posible es fruto de la negociación. Cuando el bipartidismo ha quedado en el pasado, cuando el maldito balotaje quiere quitar protagonismo a los partidos y su sustrato ideológico, cuando a la vuelta de la esquina existen fracciones que responden a religiones (que defienden superlativos intereses económicos) que olvidan la piedad para condenar cualquier minoría que salga de su propio mundo sin grises, cuando –por desgracia– existe un bastardeo que pasa por las personas, pero no por sus ideas, entonces, “food for thought”, da para repensar no sólo el parlamentarismo, y, entre de éste, dónde están y por donde pasan las grandes coincidencias nacionales.