26.4 C
Montevideo
Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

BIENVENIDO, MISTER NADAL

El pasado viernes tuvo lugar la ceremonia de investidura de Rafael Nadal como doctor honoris causa. En estas mismas páginas ya expresé mi desacuerdo con una decisión que siguió su curso legal y, aunque fuera con más pena que gloria –nunca una propuesta semejante había recabado tan poco apoyo–, se aprobó con la mayoría necesaria. Quienes me conocen saben de mi irrefrenable tendencia a acompañar a los perdedores cuando creo en la causa. Otros preferirán callar. Al pie de la hoguera, lo volveré a decir: Eppur si muove.

Lamentaría que alguien dudara de mi admiración por un coloso del deporte. Para mí, para todos, Nadal es una leyenda hecha carne, pero no lo considero acreedor de doctorados honorarios; al menos, en la Universidad de Salamanca, que no enseña ciencias de la actividad física y del deporte. En 2015 recibió el birrete verde claro en la Universidad Europea de la capital del reino. El próximo marzo harán lo propio en la Politécnica de Madrid. En nuestras Escuelas Mayores, hubo que retorcer mucho el argumentario para otorgarle el birrete azul celeste de pedagogía, en una ceremonia en la que se habló de los conflictos que azotan el mundo y, sobre todo, de la importancia de la Escuela de Salamanca, cuyo quinto centenario se avecina.

También se mencionaron algunos de los muchos méritos de Rafael Nadal, pero que no creo que justifiquen este reconocimiento. No me habría opuesto a que se distinguiera al mejor tenista español de todos los tiempos con la Medalla de la Universidad, máximo galardón que prevén nuestros Estatutos. Se concedió a Lenín Moreno y a Gustavo Petro, y aún no salgo del asombro. Mucho más la habría merecido Nadal por su perseverancia, su respeto al rival, su compromiso social o su humildad; pero no es eso lo que avala un doctorado, sino otra cosa.

Se quiso un espectáculo mediático y se logró. Hasta se le agradeció que aceptara el honor, como si nos disculpáramos por molestarlo. Para la historia quedará el paseíllo multicolor en el Patio de Escuelas, animado con el insistente “vamos, Rafa” del público, o la imagen de tantos doctores revestidos en el Paraninfo grabando el acto con sus móviles. El homenajeado fue tan cortés como prudente. Sonrió, firmó pelotas, se hizo mil selfis, pero cuidó que su estancia en Salamanca –a donde nunca antes había venido– se limitara a lo imprescindible. No hubo ensayo y se notó. Remitió al futuro cualquier vía de colaboración. En definitiva, fue un Bienvenido, Mister Marshall en toda regla. Eso sí, salimos en la tele.

Para continuar leyendo EL DIA, por favor remueva su blockeador de avisos.  Gracias!