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Batllismo sin temor
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Bueno sería  que en filas nacionalistas o frenteamplistas —o cualquier otro partido político con expresión electoral— existiese temor al batllismo. En el Uruguay moderno, construido al hombro de esa idea, no hay lugar para miedos a los postulados de José Batlle y Ordóñez: República, institucionalidad, progreso, justicia social.

El único miedo posible y atendible, basado en la carrera honesta hacia el poder, es aquel que pudieran sentir quienes le disputan, (o disputaron) el gobierno al Partido Colorado. Es que durante muchos años de la vida del país Batllismo fue no sólo la expresión misma de República, institucionalidad, progreso y justicia social, sino, además, casi que el sinónimo de gobierno.

No es de extrañar, por todo lo anterior, que en la actualidad desde otras tiendas que las coloradas se clame y reclame una pretendida herencia, continuidad o inspiración batllista. Una aceptación tácita de que el republicanismo, la defensa de la institucionales, el camino al progreso y las metas de equidad y justicia nunca fueron mejor interpretadas y logradas que con Don Pepe.

Así, hoy nadie se pone nervioso si la Ministra de Economía Azucena Arbeleche menciona o implementa medias de inspiración keynesiana, y parece que ningún herrerista dejaría de votar a Luis Lacalle Pou por haber reconocido el rol del Estado para lograr estados de verdadera libertad ciudadana: los que le permiten al individuo alcanzar una forma de vida digna.

Es clara, por otra parte, la aceptación de Batlle entre los frenteamplistas, para quienes las viejas discusiones sobre la defensa batllista de la democracia formal o las libertadas burguesas han quedado de lado, y en sus estrados la foto del sobretodo no asusta ni ahuyenta a nadie. . .

Ahora, lo que resulta incomprensible, por lo menos a mi, es la negación de cualquier atisbo de batllismo en el Partido de la Defensa. Sí, es cierto, la oleada bordaberrista no ayuda mucho a la causa del batllismo —ortodoxo o no— en el Partido Colorado. Bordaberry no es batllista, ya lo sabemos. Pero, ¿por qué negarle al candidato Andrés Ojeda lo que se le puede reconocer a Yamandú Orsi o Carolina Cosse y, en cierta medida a Lacalle Pou, Alvaro Delgado, Pablo Mieres, y, hasta a Guido Manini Ríos cuando se acuerda de los deudores agobiados? 

Se me ocurre que hay como una suerte de razonamiento antinatura en muchos colorados  (o excolorados) que se sienten comodísimos sacudiéndose sus orígenes y despotricando contra su partido (o ex) por la ausencia de batllismo, y encaran una actitud complaciente hacia otros sectores, sobre todo en el Frente Amplio. . . aún cuando la pretendida expresión del batllismo en esa coalición es una minoría electoral apabullante. El Frente es tupamaro y comunista: los votos no mienten.

De acuerdo con muchos críticos dentro y fuera del coloradismo, prima facie no es posible encontrar ya el batllismo en el Partido de Rivera, aunque sí en el progresismo frenteamplista. Y probablemente quienes le reconocieron cierta inspiración de Don Pepe al Partido Independiente ya lo han descartado por haber integrado la coalición de gobierno. 

Prima facie, para mi, no hay lógica en el argumento. Y por más que hago el esfuerzo de comprender las razones que niegan algún resquicio para las ideas batllistas en el Partido Colorado siempre termino en el mismo lugar: Es la justificación de un posicionamiento electoral. Porque convengamos que los que terminaron abandonando la casa de Martinez Trueba en nombre de la defensa del batllismo, lo hicieron luego de fracasar en las justas internas y quemar los puentes que les ofrecieran alianzas electorales con otros sectores partidarios. 

Podría decir, también, que en el juego de la política, tal actitud no es condenable; hasta entendible es. Por estos días hemos visto ejemplos de esa lógica en el interior del Partido Nacional, del Partido Colorado, del Frente Amplio y de Cabildo Abierto: sumar fuerzas con quien tiene más votos respondiendo a un claro interés posicional ya no sonroja a nadie. Si vemos las alianzas que se han tejido en todos los partidos que acabo de referir, y cómo en alguno de ellos los matices ideológicos se dan de patadas, seguramente se me dará la razón.

Más, el asunto no es nuevo. Desde el fondo de la historia nacional se han producido verdaderas “piruetas” en las que los protagonistas de la construcción del país negociaron, transaron, lograron o perdieron posiciones de gobierno. Batlle, en eso de acordar, negociar –y ganar– fue un maestro. De eso se trata la política y quien la juzgue mal por esas razones no comprende el juego del poder.

Como yo la interpreto, la política necesita de tales movimientos para que a través de su actividad, hombres y mujeres accionen para lograr lo que honestamente entienden mejor para sus pueblos. Lo digo sin el más mínimo sentido peyorativo y comprendiendo que llegar a las posiciones de decisión no se logra por un camino alfombrado de pétalos de rosa.

Ahora, como en todo, el marco que confiere honestidad a las acciones debe existir y es escrutado continuamente por el soberano. Muchas veces, aunque no siempre, el destino de los actores de la actividad política depende de ello. A mi juicio, ese marco está dado por una coherencia con los principios que, al fin del día, sea inteligible para los electores.  Estos serán  quienes finalmente, encuentren o no que la adecuación a las distintas circunstancias del ser político se realizó dentro de ese marco, o si su conducta es reprobable.

En lo que respecta al sentimiento batllista, lo podemos encontrar en en muchas actitudes, de muchas fracciones. Así, en el veto del artículo 72 del Proyecto de Ley de la ley de Medios, en la recomposición de la deuda de tantas familias, en el impulso a la eutanasia o la defensa de los Consejos de Salarios. Uruguay se ha batllistizado, a fuerza de batllidad.

Entonces, lo que resulta una incongruencia es pensar que —justo— hay batllismo por todos lados, menos en el Partido Colorado.

Dejo algunas preguntas que tal vez, al ser pensadas, le quiten contundencia a afirmaciones tremendistas. ¿Es muy batllista apoyar a Maduro y el fraude electoral?¿Lo es haber enterrado por cualquier medio —en forma a priori y absurda— la reforma de Germán Rama, nada menos que en la educación, la plataforma para la igualdad social? ¿Vetar el aborto, qué tal? ¿Proponer la misma pena  del homicidio a los distribuidores de pasta base? ¿Y entender que sus usuarios deberían hacer el servicio militar obligatorio?

Y podría seguir. Pero tengo miedo de que al final, tenga que admitir que, pese a que lo contrario rompe los ojos, ya no hay batllismo en Uruguay.

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