“Cuando V.E. me ofreció su dirección [del Ministerio de Hacienda], decliné el honor porque lo consideraba superior a mis fuerzas, pero habló V.E. de sus sacrificios personales y apeló a mi patriotismo para que no rehusara aceptar una posición que veía erizada de de dificultades y en la cual había adquirido en otras épocas alguna confianza en el público. Yo cedí, Exmo. Señor, porque V.E. invocó sentimientos que tienen mucho poder sobre mi corazón, y aún cuando hoy toco esas mismas dificultades superiores a las que yo imaginaba, acompañaré a V.E. Hasta que tenga la evidencia de que mis esfuerzos son inútiles”.
Pocos días luego del 21 de mayo de 1856, fecha en la cual José Batlle y Ordoñez vino al mundo, Lorenzo Batlle y Grau escribía el párrafo transcripto. En ese hogar, con esos principios, nació y se crió Don Pepe, fundador de EL DIA.
Hoy, a 168 años de su nacimiento, en una república enfervorizada por las elecciones internas y generales que se avecinan, nadie niega la obra de Batlle y Ordoñez, ni que existe un Uruguay de antes y después de la misma. Sí, al contrario, está en disputa su herencia política, con o sin derecho a ella.
No es de extrañar. La prédica batllista está asociada a períodos prósperos del Uruguay, y su acción, a la conquista de derechos sin los cuales sería difícil imaginar nuestra patria. O sea, quienes prometen prosperidad y más derechos para más gente feliz, lo hacen desde la perspectiva de buenos tiempos pasados y mejores tiempos futuros. “Los invito al porvenir”, decía Batlle.
¿Qué mayor reconocimiento para un político que —en la disputa por el poder— no goza de la unanimidad y la devoción que despiertan los héroes patrios, aquellos que sembraron la semilla de la nacionalidad y que nadie se atrevería a poner en tela de juicio so pena de negar la esencia misma de un pueblo?
Batlle no es ese tipo de héroe. Empero, su intervención en la República hace que a más de un siglo y medio de su nacimiento, su figura, su acción, sean objeto de disputa de propiedad: un buen símbolo, promisorio, para mostrar. No es de extrañar. La prédica batllista, hoy por hoy, es parte de nosotros y prometer profundizarla es afirmarse en nuestra esencia: es ser más de nosotros mismos.
Por eso es comprensible la buena (y explicable la mala) fe de quienes se sienten (o se dicen) batllistas, y lo vitorean pública y estentóreamente, prometiendo más de aquello que nos ha distinguido del devenir de tantos países de nuestro continente.
No obstante, cuando hoy celebramos el nacimiento del líder político con más impacto en nuestra historia, es bueno recordar de dónde venía y cuáles eran sus valores, como se trasunta en el párrafo inicial que da marco a este editorial.
Entonces, debería ser exigido a quienes reclaman para sí la continuidad del trayecto de Batlle y Ordóñez, la esencia de su credo político, construido sobre la libertad sin dobleces, la democracia sin apellidos, la solidaridad sin partidismo y la honestidad sin subterfugios.
Mas allá que por el beneficio a colectividades políticas, por la salud de la República.
¡Viva Batlle!
Excelente !