A fines de la década de los 70, en las postrimerías de la dictadura, que coincidía con la consolidación del dictador Gregorio Álvarez, El Día quería homenajear a Batlle con un mensaje simple que encargó a un publicista.
La pieza publicitaria era simple —la monumental foto de don Pepe enfundado en su sobretodo, y una frase:
“¿Qué habría pasado en Uruguay si este señor no se hubiese sacado las manos de los bolsillos?” – se podía leer al pie de la imagen, si la memoria no nos falla.
Y a continuación se hacía un inventario de los cambios sociales logrados por Batlle y el batllismo. Hoy enumerarlos sería una reiteración inútil, un lugar común -son parte de la esencia nacional; pero en aquel momento era como si aquellas manos, ya fuera de la fotografía, le dieran un par de bofetadas al régimen.
Otra bofetada, mucho más dramática, dolorosa, angustiante, también tuvo a Batlle -y lo que él representa- como símbolo. Fue el grito que cobró un significado enorme, el del sacrificio consumado, cuando antes de desgarrar su corazón, Baltasar Brum le espetó al dictador Terra “!Viva Batlle!”
Es que Batlle es todo lo que una dictadura, que es la falta de libertad, no es.
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Hoy que recordamos su figura quisiéramos detenernos en la construcción de esa libertad de la que abjuran los tiranos.
En momentos en que se ha instalado un debate sobre la identidad de los partidos políticos que compusieron en la administración pasada una coalición de gobierno, nos gustaría homenajear a Batlle recordando su titánica lucha para hacer del Partido Colorado una herramienta efectiva de gobierno y progreso.
Es que sin partidos políticos -sin ese instrumento que acerca a la ciudadanía al gobierno- la libertad que defendemos sería distinta, trabajosa, difícil. Por algo el autoritarismo se apresura a proscribirlos ni bien puede.
Imaginar al Uruguay sin el Partido Colorado, perdiendo sus rasgos principales tras la difuminación de su continente y contenido es como si aquellas manos hacedoras se hubiesen qedado, para siempre, congeladas, en sus bolsillos.
El Día se opone a cualquier intento que suponga la desaparición del lema Partido Colorado. Hemos insistido en ello desde que, con ese fin, se echaron al aire los primeros globos sonda.
No habría que explicarlo demasiado, pero como hay quienes han esgrimido a la nostalgia como motor de la defensa identitaria de la colectividad de Rivera, insistiremos en un punto —los partidos no se definen sólo por lo que no quieren, a lo que se oponen, su alma está en lo que buscan y su acción determina la asequibilidad de la propuesta.
Es por ello que hoy, al recordar un nuevo aniversario de la muerte de Batlle, celebramos la vigencia de sus ideas.
No se trata, pues, de un ejercicio de reflejo automático para la defensa de una institución política. Se busca que ésta continúe siendo el seno del debate y de la inspiración hacia el país que queremos. Del que fuimos y del que seremos. Que de eso se trata el protagonismo político para moldear el futuro más allá de los cinco minutos que vienen.
Esa es la razón por la cual hemos insistido en la adecuación del sistema político para que éste refleje el querer de la ciudadanía. Y se nos ocurre que el parlamentarismo permitiría, precisamente eso, preservando la identidad partidaria que no queremos perder.
Que coaliciones no son lo mismo que concertaciones. Que negociar es dable y deseable. Y que —por cierto— vemos con terror cómo viejas (y nuevas) colectividades con definiciones que se desvanecen en el fárrago de la tarea gubernamental, se han perdido (o se perderán) en el callejón de la historia.
A 96 años de la desaparición física de Batlle, cuando su obra imperecedera deviene impronta nacional, honremos su memoria fortaleciendo con ideas y acción, el Partido que construyó y nos legó.
