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Argentina después de las PASO
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Los uruguayos siguieron las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) argentinas con un interés inusitado. El destino de nuestro vecino despierta siempre curiosidad porque políticamente ha impactado e impacta en la vida nacional. Recordemos la confrontación por las pasteras; pensemos en la cantidad de argentinos que han venido a residir en los últimos años; o apreciemos las diferencias entre los dos países en las posiciones sobre la democracia en Latinoamérica.  

Además, Argentina influye sobre nuestra economía, y mucho. Sea por el turismo, sea por la diferencia de cambio, sea por la balanza comercial, los avatares de la hermana nación se reflejan en nuestro bienestar. Mencionar la crisis del 2001 exime de mayores comentarios.

En este instancia, la mirada preocupada en el desarrollo de la votación se hizo más evidente porque Argentina se encuentra en una profunda crisis económica; por los niveles de conflicto interno que tiene su gobierno; y porque surgió un fenómeno político que —por lo menos en algunas formas de comunicación y polarización — nuestro imaginario identifica con el que en su momento vivieron Estados Unidos con Donald Trump, o Brasil con Jair Bolsonaro: Javier Milei.

Hoy, cuando se han escrutado el 97.39 por ciento de los votos, la estructura electoral de nuestro vecino ha cambiado, presentando una nueva realidad, al menos hasta octubre. El fenómeno Milei probó merecer la calificación: a partir de sí mismo, sin organización ni aparato político estable, ha ganado la elección con el 30.05 por ciento de apoyo popular, dejando atrás a Juntos por el Cambio que llegó a 28.27 por ciento del electorado, ungiendo a Patricia Bullrich como candidata, y, a un punto, con el 27.26 por ciento de los votos, a Union por la Patria que, como era esperable, prefirió a Sergio Massa.

El resultado es casi el que pronosticaban las encuestas hasta principios de junio, que describían un país dividido en tres fuerzas políticas: el libertario Milei, el peronismo y Juntos por el cambio. Pero difirió profundamente con el de las ultimas mediciones de intención de voto, que mostraban a Milei muy alejado de las grandes bloques. El diario La Nación habla de shock electoral.

Pero la realidad es más compleja que la existencia de tres bloques políticos. Sucede que los bloques no son compactos, siendo el único claramente definido el del libertario Milei Los otros dos son coaliciones, y las coaliciones son o no son estables. Además, para complicar el panorama, hubo un ausentismo del 31 por ciento a pesar de la obligatoriedad del voto, que no sólo implica un estado de ánimo —de descrédito podría argüirse—, sino que es difícil de leer en términos del comportamiento electoral a futuro, cuando los tres candidatos elegidos hoy compitan en las elecciones presidenciales de octubre.

Las especulaciones no se hicieron esperar entre los analistas. Las actitudes notoriamente comentadas fueron la de Mauricio Macri juntando en un mismo espíritu a los votantes de Juntos por el Cambio y de Milei, y la de Patricia Bullrich felicitando públicamente a Milei por su “enorme” elección.  Massa sólo se limitó a tomar nota de la realidad, admitiendo un nuevo panorama electoral, sin intentar tender puentes hacia ningún sector, tal vez asumiendo lo que resulta obvio, la “bronca” del electorado contra el gobierno.

En dos meses se verán las estrategias. Cómo se organiza un candidato que ganó la elección interna a la presidencial en la mayoría de las provincias, pero no tiene aparato partidario en ellas. Cómo contiene Bullrich a los votantes de Rodríguez Larreta y acerca a los de Milei. Cómo encara Massa sus últimos meses —si lo hace— de ministro de Economía y, además, seduce a los votantes más cercanos a sus ideas (¿tal vez los de Rodríguez Larreta?) y a casi el tercio del electorado que no se presentó a votar.

Los presidenciables tienen pues un desafío en un escenario político novedoso, pero eso es sólo en lo inmediato, en lo electoral, porque el objetivo es ganar en octubre en primera o segunda vuelta. Pero ese desafío no se compara a lo que vendrá después: contener la inflación, lograr un tipo de cambio estable, sacar de la pobreza a más del 40 por ciento de la población, cumplir con las obligaciones financieras contraídas, atender el problema de la seguridad ciudadana, son todos problemas, y urgentes.

Para intentar esa tarea enorme, que son muchas acciones con un solo objetivo, Argentina necesitará dejar los tres tercios atrás y lograr un nuevo pacto político. Lo malo es que el tercio perdedor se baja del gobierno entre la bronca y el descrédito de la población, lo peor, es que el tercio ganador sigue apelando a formulas incendiarias como dar fin “a la casta política parasitaria, chorra e inútil”. 

Cuando la negociación es necesaria para sacar a un país adelante, los discursos inflamatorios para ganar votos en base a más “bronca”, es sólo ver el árbol que tapó al monte: o genera un país estancado o genera nuevas “broncas”, descrédito y apatías. En ninguno de los dos casos el colectivo, ni la democracia se lo merecen. 

Es de esperar que los tres espacios políticos –con sus divisiones internas o no– asuman, si no en la etapa de confrontación electoral que se avecina, por lo menos en la que la seguirá, un espíritu que tome en cuenta que es imposible esquivar una situación peor sin un entendimiento marco.

Por ahora, sin embargo, Argentina entra en una nueva etapa, de una nueva etapa: la incógnita de un escenario político de fragmentación en que la conducta del candidato mayoritario trae más dudas que certezas.  

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