Uno de nuestros columnistas, el filósofo Nicolás Martínez pasó por el programa “Punto de Encuentro” en radio Universal y dejó una reflexión profunda y necesaria sobre un tema que, aunque parece cotidiano, define la salud democrática del país: el rol de los partidos políticos en Uruguay y su vigencia en una época donde predomina la simplificación y el consumo rápido de ideas. La consigna que abrió el diálogo fue directa y desafiante: ¿Necesitamos los partidos políticos? ¿Son indispensables para la democracia o han quedado presos de sus propias lógicas internas?
Martínez se alejó rápidamente de cualquier respuesta binaria. En cambio, llevó la discusión a su terreno habitual: la filosofía política y los conceptos que estructuran nuestra vida pública. La conversación tomó como punto de partida a Simone Weil, pensadora francesa que analizó críticamente a los partidos políticos y sus intereses. Martínez recordó que, para Weil, la pregunta fundamental es si estas organizaciones son “buenas y útiles para la vida pública”, entendiendo por “útiles” no la conveniencia de un sector, sino su capacidad para servir a la verdad, la justicia y el bien común. “Los partidos —explicó Martínez— simplifican la realidad, la vuelven digerible para el ciudadano. En ese empaquetado nacen las identidades políticas: “soy blanco”, “soy colorado”, “soy frenteamplista”, “soy cabildante”. Y en esa lógica uno se vuelve el bueno de la película y el otro, inevitablemente, el enemigo”.
El filósofo sostuvo que esa estructura binaria, que alguna vez ordenó el debate democrático, muchas veces se convierte hoy en un terreno fértil para las fake news, la polarización y el agravio, mecanismos que priorizan el crecimiento electoral antes que el diálogo. En relación al contexto de nuestro país, Martínez señaló que las organizaciones partidarias siguen siendo actores centrales de la institucionalidad democrática, aunque no están exentas de crisis. Mencionó, por ejemplo, la situación del Partido Colorado, que según diversos politólogos atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia. “Cuando un partido se debilita —advirtió—, tienden a endurecerse las lógicas internas. Se exige alineamiento total. Y cuando alguien no se pliega a esa línea, simplemente se lo expulsa o se lo margina”.
Aún así, Martínez reconoció que los partidos cumplen una función que ninguna otra institución ha logrado reemplazar: la contención de los intereses individuales y la canalización de la vida democrática en estructuras estables. “Si cada diputado votara según su antojo, sería imposible procesar decisiones. Pero si un partido se cierra demasiado, se convierte en una maquinaria que responde más a sí misma que a la ciudadanía. El equilibrio es frágil”, señaló. En contraste, destacó la intensa vida orgánica del Frente Amplio, cuyos congresos, plenarios y mesas políticas sostienen debates ideológicos fuertes pero poco visibles para el gran público. “Esos debates existen; simplemente no son televisados”.
Uno de los diagnósticos más preocupantes que dejó Martínez fue el de carácter cultural; vivimos en una época que reclama velocidad, simplificación y comodidad intelectual. “Queremos todo digerido, resumido, que nos haga pensar lo menos posible. Ese síntoma de época es peligroso, porque una democracia sin ciudadanos pensantes es una democracia que tambalea”. La crítica no estuvo dirigida únicamente a los partidos. Martínez recordó que, en los últimos años, la lógica del agravio y la reacción inmediata ha permeado la comunicación política. “Incluso quienes llegan prometiendo renovación caen enseguida en la lógica del ataque fácil, del video viral contra la ciudad o contra el adversario. Marcar diferencias se volvió el camino corto hacia la visibilidad”.
Al cierre de la entrevista, Martínez planteó una pregunta interesante: “¿No será hora de imaginar formas nuevas de organización política?” Sin renegar de la democracia —a la que definió, siguiendo a Churchill, como “el menos malo de los sistemas”—, el filósofo insistió en que el pensamiento crítico debe habilitar la defensa de las instituciones y también su revisión creativa. “Los partidos son esenciales hoy —concedió—, pero eso no significa que no debamos pensar en alternativas. Toda democracia que no reflexiona sobre sí misma está destinada a deteriorarse”.
La presencia de Nicolás Martínez en el programa dejó algo más que un análisis académico, dejó una invitación a pensar en un país donde muchas veces la conversación pública queda atrapada entre titulares, redes sociales y discusiones efímeras. En este sentido su mensaje final fue claro: La democracia necesita partidos, sí. Pero más que nada, necesita ciudadanos que piensen, discutan, lean, voten con convicción y exijan principios antes que slogans.

