El país culmina el primer año de la administración Orsi inmerso en una paradoja que ya no admite eufemismos: mientras la cúpula del Ministerio del Interior esgrime una defensa técnica, el fuero íntimo del miedo se instala como la única verdad estadística.
La data es brutalmente simple y políticamente letal: más del 50% de los uruguayos sigue señalando a la inseguridad como el problema prioritario. Esta cifra, inmóvil en el tiempo y refractaria a los cambios de gobierno, actúa como un veredicto de la ciudadanía sobre la ineficacia de la gestión, sin importar el color del partido.
Si el propósito de un cambio de gobierno era devolver la tranquilidad a las calles, la meta, a nueve meses de gestión, está dramáticamente incumplida.
La Sutil Evasión ante la Sangre
La defensa esgrimida por el Jerarca de San José y Yi se sostiene sobre cinco pilares de argumentación. Sin embargo, al contrastarlos con la realidad de los hechos, se revelan no como explicaciones, sino como coartadas políticas diseñadas para ganar tiempo y postergar la rendición de cuentas.
La más ofensiva de estas coartadas es la distinción entre los tipos de delito. Se afirma que la contención en rapiñas demuestra un avance, mientras se intenta reducir el aumento de los homicidios a meros “ajustes de cuentas”.
Esta narrativa es insostenible. Cuando el triple homicidio es una noticia recurrente, lo que se está midiendo ya no es la violencia entre bandas, sino el fracaso del Estado en mantener el monopolio de la fuerza. El sicariato, aunque técnicamente sea un ajuste de cuentas, es el termómetro de una epidemia de crimen organizado que el gobierno se niega a atajar con la contundencia requerida, posiblemente por su resistencia ideológica a aplicar medidas que perciben como “represivas”.
El Sacrificio de la Paciencia Ciudadana
La segunda coartada clave, la que apela a la “necesidad de tiempo” para que la nueva estrategia de inteligencia dé frutos, es igualmente falaz.
Si la estrategia del Frente Amplio es de mediano o largo plazo, la ciudadanía no tiene por qué sacrificar su seguridad en el corto plazo para financiar un experimento. La política es acción inmediata. Desmantelar planes que ofrecían cierta contención—como argumenta la oposición— para sustituirlos por otros que requieren años de incubación, es una irresponsabilidad.
El gobierno ha optado por un camino que prioriza su visión ideológica sobre la demanda urgente de protección, relegando la estabilidad del ciudadano a una deuda heredada.
La alusión a la “herencia estructural” y al “contexto regional” se utilizan como un velo para ocultar el déficit de liderazgo y la falta de decisión política. Uruguay necesita una estrategia nacional que supere los ciclos electorales, no una excusa de gobierno que cambie cada cinco años.
La Hora del Presidente
El foco debe apuntar ahora a la figura del Presidente Yamandú Orsi. Su gobierno ha gastado su capital político inicial en esta área, y los resultados son, hasta ahora, negativos.
Orsi debe decidir si continuará respaldando una defensa ministerial que la realidad estadística desmiente, con el riesgo de consolidar la imagen de un Ejecutivo pasivo. O si, por el contrario, asumirá el liderazgo directo del área, exigiendo resultados tangibles que pongan fin al terror que hoy se vive en la periferia.
La paz social de Uruguay no puede ser negociada en el escritorio con coartadas políticas. El 52% de miedo ciudadano exige una respuesta que supere la ideología y abrace la cruda pragmática del orden. El tiempo se agota, y con él, la credibilidad del nuevo gobierno.


