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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

Divididos y juntos en torno a uno (*)

“Estaban todos menos tu” diría el inefable Joaquín Sabina. Representantes de monarquías constitucionales y, otras definitivamente autoritarias. Presidentes de democracias no tan bien punteadas y de las buenas de verdad. Jerarcas representando dictaduras. Los decisores en el sistema de cooptación mas antidemocrático y mas importantes del mundo —los cardenales— y gentes así. En la mayoría de los casos, gente no como uno.

Francisco, el Papa de la Gente, el Jefe de Estado del Vaticano,  y su entierro congregaron mucha gente. De las cuales podemos dividir en múltiples categorías. Quienes, a pesar de la investidura que les llevó allí, profesan y —tal vez— practiquen lo postulados de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Y quienes, y no se me ocurre mejor ejemplo que Donald Trump, el presidente estadounidense, viven de espaldas a dichos postulados, a pesar de sus poses cristianas (no es muy cristiano su record, sobretodo si tomamos en cuenta sus affairs, entre ellos con una notoria estrella pornográfica a quien silenció con dinero de origen poco claro).

Pero lo importante es que estaban. Muchas de estas personas sentirán la falta de Francisco por su defensa al medio ambiente, por su compasión y prédica a favor de los inmigrantes ilegales, por su condena a las guerras y el padecimiento de quienes sin quererlo son parte en ella.

Y, naturalmente, por su mirada “rupturista” pero a mi juicio nunca suficiente, a favor de comunidades tradicionalmente discriminados por la iglesia, como los colectivos LTGB+, las mujeres que aspiran a una más activa participación en su destino, y tantos más dejados a la vera del camino a la hora de la compasión verdadera —traducida en actos de reparación —como las víctimas de los excesos sexuales de religiosos ordenados.

Como ateo que soy, y cada día más convencido, las acciones del Papa nunca me preocuparon mucho, pero cuando viví en Brasil y él visitó ese país sus actitudes me parecieron más que divinas, humanas y dirigidas al ser humano —lo que la humanidad necesita—. Ya partir de allí comencé a seguir algunos de sus dichos, y los comentarios de los “hunos y los otros” sobre su persona.

Las del presidente argentino Javier Milei —si queremos tomar alguna como grotesca y exageradamente fuera de tono— me parecieron más que impropias por provenir de un mandatario, mas allá de lo argentino que sea, en una sociedad que padece la grieta en sus extremos (en la cual, a cada uno de ellos, se sitúan advenedizos y seres execrables).

Obviamente, dentro de la Iglesia, hay los que condenan sus acciones y quienes las adoran. Seguramente respecto a su interpretación del dogma y su posicionamiento ante él. Pero también, por las acciones que como ser humano, desprovisto de cualquier iluminación divina, pudo haber guiado sus pasos. Pocos deberían estar en contra de su humildad.

En las acciones del hombre, desprovisto de su misión evangélica, quiero detenerme. Porque en estos días de difusión profusa de muchos de sus pensamiento, unos con imagen y otros no, se puede apreciar una fuerte simpatía por causas con las cuales varios hombres públicos estuvieron de acuerdo o, directamente, en manifiesta y activa contradicción.

Posiblemente el novel Primer Ministro de Canadá, Mark Carney, que dio vuelta las encuestas y ganó basado en una agenda anti-Trump y nuestro presidente Yamandú Orsi, estén entre los primeros. Entre los segundos podemos poner a bastantes, pero destacan Trump y su política migratoria, y, la jefa de gobierno italiana Giorgia Meloni, cuya imagen ante el ataúd del Papa, fue difundida hasta el cansancio.

Obviamente que a “progresistas” tales como Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel, que alaban las posiciones papales, si les rascamos la piel, y tratamos de llegar a sus almas a partir de las acciones que sus regímenes han llevado adelante— conculcación de libertades, como mínimo, represión física, encarcelamientos injustos, y asesinatos, como máxima expresión de su delirio y espíritu pobre— la contradicción sería suficiente como para que no se hicieran representar por la diplomacia nacional.

Sí rescato entre este grupo, como más sincero el pesar de los presidentes vernáculos Luiz Inacio “Lula” da Silva, a pesar de tener un historial de corrupción negativo y Gabriel Boric, cuyo período de gobierno está pautado por contradicciones, como lo apunta con frecuencia nuestro colaborador Alvaro Briones. Ellos, como nuestro primer mandatario, son demócratas probados y, a pesar de las fallas que apuntamos, tienen preocupaciones sociales a tono con las divulgadas hace más de un siglo por el fundador de esta tribuna, y que yo comparto.

Es una verdad innegable que —contraria, a mi parecer, a las reveladas en sus libros sagrados— la iglesia Católica es una institución conocida y reconocida por la población mundial, y cuenta con más de mil millones de fieles que sienten la religión según sus propias personalidades y convicciones. Es decir ocho billones de personas conocieron hace días, algunos con más pesar que otros, la muerte de Francisco. Y la octava parte de ellas se debe haber sentido tocada más profundamente, aún a pesar de sus juicios sobre su papado.

Creo que justamente la importancia de la Iglesia es la que ha convocado a fieles, compungidos y cínicos al velorio de Francisco. Sin querer ser imprudente, es de esos eventos que poco se quieren perder, como un concierto de los Rollings, o la noche de la nostalgia, para bajar a nuestra tierra.

Pero también estoy seguro que su humanismo, más allá que sea de inspiración divina o producto de la ética de quienes no creemos (y, ¿porqué no? de quienes creen, pero van más allá de los postulados religiosos en temas controversiales como la eutanasia, el aborto, la fecundación in vitro, y esperaban más “atrevimiento” del extinto Papa) también inspiró una ola de deseo sincero de ser parte de la despedida.

En ese sentido la muerte de Jorge Bergoglio me entristeció. Pero como en la canción de Sabina, no hubiese estado allí, en su funeral, aunque pudiese, atestiguando impertérrito, lo peor y lo mejor del mundo sin poder más que escribir que esa conjunción me hubiese parecido terriblemente nociva.

Un espectáculo que unos cuantos quisieron dar, para quedar bien con dios y con el diablo.

(*) Con un poco —no mucho—de esfuerzo traté de emplear pronombres y sustantivos en un equilibrado uso de los masculinos y femeninos. Porque en muchos de los artículos que he leído sobre el tema, me encontré con esa cosa terrible, irrespetuosa, ficticia y finalmente divisiva, que es el lenguaje “inclusivo”. Cuyas formas más leves lo convierten en un “jeringoso” ilegible y, por tanto, inteligible. Lo hice además, porque creo que este tipo de forzamiento de las realidades, terminan en manifestaciones grotescas, como mujeres mostrando sus pechos pintados gritando “el violador eres tú”, un mensaje dirigido urbi et orbi sin destinatario identificado que, como en los recordados versos de José Batlle y Ordóñez en su poema ¨Mi religión”, “provocan la risa y el desprecio”. 

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