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Editor responsable: Rafael Franzini Batlle
sábado, diciembre 20, 2025

En la quinta fila

Leí por primera vez algo que se acercara a la descripción de la “profesionalización” de la política nacional, hace ya muchos años. Refiriéndose a la vocación de José Batlle y Ordóñez –cuyo padre lo soñaba en una cátedra de Derecho y no como redactor de un diario– escribe Gröan Lindahl: “Un viaje a Europa en 1880 parece haber tenido mucha influencia en su evolución. De regreso a Uruguay se dedica al periodismo y a partir de 1886 tuvo su propio diario que le ocupaba la mayor parte de su jornada de trabajo. A pesar de ello, Batlle puede ser considerado como el primer político full time del Uruguay“(el destacado es mío).

Seguramente bien distinto a otros presidentes de la época, lo que quiere decir el sueco biógrafo de Batlle es que desde EL DIA, el gobierno, o la Convención del Partido Colorado, don Pepe se levantaba y acostaba pensando en la cosa pública. Consagró su vida a la concreción de la visión que imaginó para su colectividad y su país. Diferente  actitud tuvieron otros presidentes como, ostensiblemente, Bernardo Berro, que ocupaba parte de su tiempo para actividades privadas y se mostraba laborando dignamente la tierra de su quinta a vista y paciencia de todo el mundo, aún los aristócratas que no compartían tal actividad.

El mismo camino que Batlle siguieron sus hijos dedicados a la política, César y Lorenzo, aunque con distinto énfasis según los momentos. La historia recoge que luego de haber tenido una participación principalísima en la salida de la dictadura de Gabriel Terra, César no abrigó otra ambición que continuar con su trabajo de edil al servicio de la Ciudad de Montevideo, cargo que mantuvo por varios períodos hasta 1950, a pesar de ser el líder indiscutido de la lista 14. Una actitud similar, a pesar de la clara diferencia de circunstancias, siguió Hector Grauert, luego de la dictadura de del 73: culminó la carrera de los honores como edil.

Me complace hacer estas referencias. Sobretodo porque de un tiempo a esta parte, se ha banalizado el asunto de la dedicación a tiempo completo de la actividad política y ahora, sin que nadie se ruborice demasiado, se habla hasta del “mercado de pases electoral” de hombres y mujeres públicos y no sólo de unas fracciones a otras dentro de la misma colectividad, sino de un partido a otro (El País, 5 de noviembre).

A ver, no es que sea una cosa nueva que políticos abandonen sus partidos políticos. Muchas de esos casos, por lo menos en Uruguay, tienen que ver con la evolución del pensamiento, con la impronta que le imprime a una colectividad determinada una nueva generación de dirigentes, y hasta con la valentía de un proceso fundacional para llevar las ideas a cabo desde otro lugar, con los riesgos que ello implica. Pero de un tiempo a esta parte como que nos estamos acostumbrando a que personajes que nunca fueron más allá de la quinta fila partidaria y salen al ruedo con unos fines que cuesta trabajo disimular.

A quien le caiga el sayo, que se lo ponga.

Y a ver –de nuevo– no es que sea una cosa nueva que haya gente que quiera trabajar y vivir  de un salario del Estado. Lo que pasa es que ahora parece que ha surgido una forma nueva para los que no acceden de ninguna forma a un empleo de ese tipo. Abrir una lista, con el claro propósito de ver si se puede “negociar”, desde un puñado escuálido de votos, algún carguito de confianza de esos que aún giran en la calesita de la Administración, a pesar de los esfuerzos para que sean cada vez menos.

Yo pienso que nadie es tonto y que muchos ya se dan cuenta de la jugada, y, por favor, que no me vengan con el cuento de la democracia, la política  y los altos intereses cuando, luego, los hechos rompen los ojos. Y creo que es un deber de autoprotección, si queremos continuar dignificando la vocación política, que las colectividades establezcan normas para evitar la corrupción privada y el descrédito público.

Para no tener que escuchar los “versos” de la casta, ni buscar explicación a la elección de los Salle.

 

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