En los últimos tiempos, la política ha comenzado a recorrer caminos inesperados, o al menos, caminos que hasta hace poco hubieran resultado impensables. Hoy, los candidatos no solo tratan de vendernos un programa de gobierno o una visión de futuro, sino que buscan algo más: nuestra atención a cualquier precio. El caso de Ojeda, el candidato del Partido Colorado, es un ejemplo de esta nueva corriente. Su eslogan, «el nuevo presidente», no es solo un lema vacío. Es un manifiesto de lo que parece ser su verdadera propuesta: ser el líder del marketing, no necesariamente del país.
Ojeda ha apostado por una campaña basada en la imagen personal. Un giro tan radical que ha dejado de lado las ideas para llenar el espacio de algo que, al parecer, es mucho más rentable en tiempos de redes sociales: músculos, superficialidad y críticas vacías a sus oponentes. En lugar de discutir sobre el futuro de Uruguay o sobre políticas públicas que atiendan nuestras necesidades más urgentes, se ha centrado en algo más “visual”. Y, sorprendentemente, le está funcionando.
Esto nos obliga a hacer una reflexión: ¿nos importa más la forma que el fondo? ¿Estamos dispuestos a cambiar el debate político por un desfile de vanidad? Ojeda ha llenado las pantallas con videos de gimnasio y respuestas a preguntas triviales que poco nos dicen sobre sus propuestas para el país. Sabemos de qué barrio es, qué banda de música tuvo y que está por adoptar una mascota. Pero de su visión de futuro para Uruguay, poco o nada.
Lo más sorprendente de todo es que esta estrategia ha tenido un impacto demoledor en la campaña. En un entorno donde las redes sociales lo son todo, Ojeda ha comprendido lo que otros candidatos parecen ignorar: el contenido ha pasado a un segundo plano. La imagen es lo que realmente cuenta. No importa qué tan vacío sea el mensaje, lo importante es ser “viral”. Muchos de sus oponentes hubieran deseado al menos una fracción de la repercusión que logró con su último spot publicitario, que desde el punto de vista del marketing fue una obra maestra. Pero entonces surge la verdadera pregunta: ¿es esto lo que queremos como ciudadanos?
La aparición de Ojeda y su estrategia de campaña refleja algo más profundo. Nos encontramos en una era en la que el liderazgo político se está transformando en un concurso de popularidad. Las redes sociales han convertido a los políticos en figuras que, más que líderes, parecen influencers. Y con esto, la política pierde su esencia. Lo que alguna vez fue un espacio de discusión de ideas y de propuestas para el bien común, se está transformando en un espectáculo de banalidad.
Mientras Ojeda levanta pesas y gana seguidores en Instagram, Uruguay enfrenta problemas serios. La crisis de seguridad pública es real, y la educación atraviesa un momento crítico tras la fallida reforma. La pobreza sigue siendo un problema, y los ciudadanos se ven cada vez más empujados a situaciones de vulnerabilidad. Pero estas cuestiones, al parecer, no son lo suficientemente “interesantes” como para atraer likes. Así, la política se desconecta cada vez más de las necesidades reales del país.
Este fenómeno no es exclusivo de Uruguay. Lo hemos visto en otros países, donde los políticos parecen haber entendido que en la batalla por el poder, la imagen es lo único que importa. Las redes sociales han cambiado las reglas del juego. Hoy, no importa tanto lo que digas, sino cómo te ves. ¿Propuestas sobre seguridad, educación o pobreza? Eso es cosa del pasado. Lo que realmente importa es si puedes conseguir suficientes seguidores con un video de TikTok o una foto en el gimnasio.
Y mientras tanto, nosotros, los ciudadanos, debemos preguntarnos: ¿estamos dispuestos a aceptar esta nueva forma de hacer política? Porque lo que está en juego no es solo quién gana la próxima elección, sino el futuro mismo de nuestra democracia. Si permitimos que la política se convierta en una simple carrera de popularidad, nos arriesgamos a perder la oportunidad de discutir los temas que realmente importan. En un mundo donde lo superficial parece reinar, debemos preguntarnos si aún tenemos espacio para la profundidad y el debate de ideas.
Ojeda ha conseguido lo que muchos buscan en una campaña: atención. Pero lo ha hecho sacrificando lo más esencial en la política: las ideas. Y mientras seguimos deslizando el dedo por nuestras pantallas, consumiendo contenido viral y superficial, deberíamos detenernos a pensar en qué clase de país queremos construir. Porque, al final del día, lo que está en juego no es solo la elección de un presidente, sino el tipo de política que estamos dispuestos a aceptar.