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Las coaliciones permanentes afectan la identidad de los partidos que las integran. En procesos largos -como el que ha vivido el Frente Amplio- esto puede apreciarse con nitidez. A partir de 1971, los principales grupos fundadores pasaron por todo tipo de mutaciones electorales o ideológicas. Algunos por causas vinculadas a la maduración del concepto coalicionista y otros por razones exógenas a la coalición. De cualquier modo, los cambios vividos por estos últimos también repercutieron hacia el propio seno de la coalición y también de los sectores que la integran. Cuando en 1989 cayó el muro de Berlín y con ello la implosión de la Unión Soviética, todos los partidos comunistas del mundo debieron someterse a procesos de reconversión a la nueva realidad. El Partido Comunista (PCU) -pilar fundacional del Frente Amplio veinte años antes- salió airoso de esa prueba. No sin penuria, pero consiguió alcanzar respaldos electorales que legitimaron su rumbo de “democracia avanzada”. Ese proceso trajo además una renovación muy profunda en sus cuadros dirigentes. Por razones naturales, los dirigentes fundadores ya no estaban y la nueva realidad trasladó la dirección partidaria hacia los lideres provenientes del aparato sindical. Uno percibe, sin mayor esfuerzo, que en esa dirección ya no se encuentran los teóricos del marxismo, los intelectuales o los políticos. El resultado fue exitoso para el Partido, pero tuvo consecuencias al palpitar interno de la coalición. Ya sea en la esfera gubernamental (el Frente Amplio en el gobierno y el PCU encarnado en las demandas sindicales) o en el seno mismo de la coalición política (el reacomodo del Partido Socialista ante ese nuevo PCU). Otras implicancias de ese sentir coalicionista se pudieron ver también en la corriente de pensamiento surgida de la propia coalición: el seregnismo. Bajo este alero fueron refugiándose los sectores fundacionales que habían perdido fuerza durante la dictadura, los seguidores de la vieja lista 99 que mayoritariamente resolvieron no acompañar a Hugo Batalla en su retorno al Partido Colorado, los democratacristianos y otros grupos. Astori representó ese pensamiento y hoy ya no está. Esa corriente está viviendo -en estos días- horas de transformación en la búsqueda de su reconsolidación. El otro factor de impacto fue la incorporación del Movimiento de Liberación Nacional -Tupamaros (MLN-T) al Frente Amplio y su peculiar versión política – electoral; el Movimiento de Participación Popular (MPP). Este movimiento tuvo un crecimiento electoral explosivo tras los dolores de parto. Un movimiento en cuyo documento fundacional se admite la presencia de socialistas, blancos, anarquistas, colorados y toda una amplia gama de procedencias. Curiosamente, en ese documento, no se reconoce la presencia de batllistas. Y es, precisamente, con el descubrimiento del “fenómeno Mujica”, hacia donde toda esa amalgama parecería dirigirse, hacia una praxis similar a la del batllismo originario de Don Pepe. El único Batllismo reconocible como tal. Por último, hay que señalar que en esos cincuenta y pico de años han surgido y desaparecido infinidad de sectores, unos por su escaso peso electoral o a consecuencia de los reacomodos de los grandes sectores. En conclusión: en toda coalición la vida política de los sectores “nativos coalicionistas” pasa a depender mucho más de factores intrínsecos de la coalición que de los posicionamientos ideológicos, políticos o de procedencia de los propios partidos. La sobrevivencia del Frente Amplio en unidad es un ejemplo del éxito del modelo y les llevó medio siglo de construcción. La idea de replicarla como un reflejo no está exenta de riesgos descomunales para quienes lo intentan desde la otra vereda. Los “nativistas” de la Coalición Multicolor (o como se llame, decídanse) tienen que tener en cuenta que Maracaná es la excepción, jamás la regla.

Por estos días, en la protocoalición, empezamos a ver signos de cómo esa dinámica comienza a minar a sus propios integrantes. No vamos a reparar en la inclusión de una ex sindicalista comunista en la fórmula del Partido Nacional. El error se explica solo y se reparará con el costo en las urnas y la posterior desaparición de la “vicepresidenciable”. Pero hay otros aspectos de esa dinámica coalicionista que resultan sustantivamente más graves, ya que sus consecuencias pueden afectar la calidad de nuestra democracia. Tal como lo adelanta Jorge Batlle en el video adjunto ¡Vaya paradoja! Más de medio siglo advirtiéndole a la ciudadanía acerca del riesgo inmanente del Frente Amplio, para, al fin, terminar copiando el modelo sin los resguardos indispensables. El Frente Amplio probó con sus gobiernos que en su acción no lesionó ningún principio democrático. Respecto de la nueva coalición, todavía tendremos que verlo. El mismísimo Jorge Batlle lo advirtió.

Veamos algunos aspectos ínfimos que ll aman a nuestra alarma. Para empezar: Andrés Ojeda no se ruboriza con el objeto de su candidatura: impedir el triunfo del Frente Amplio. Ese es el eje principal de su discurso. No hay una idea fuerza, ni buena, ni mala, ni discutible. Todo el vacío se oculta bajo la bandera negativa de impedir. Nos recuerda a los típicos enemigos fantasmas a los que los fascismos de cualquier signo siempre se aprestan a combatir. No hay otra idea, no puede haberla, porque la urgencia es impedir un mal mayor imaginado. Por si fuera poco, Pedro Bordaberry, con la paciencia de un orfebre, exhuma de entre los escombros a los cadáveres del batllismo para enterrarlos en una fosa común desconocida. Lo primero que sentencia es que el gobierno de Lacalle Pou ha sido un gobierno batllista. Son tantas las cosas que pueden decirse que sería imposible hacerlo en esta nota. Digamos simplemente que la teoría del derrame es absolutamente contraria al batllismo. Éste procura un crecimiento con equidad y justicia social. No lo uno primero y el resto cuando llegue. Los números de este gobierno lo confirman: el quintil de mayores ingresos fue el único que acumuló, mientras los otros cuatro perdieron poder adquisitivo. No hubo tal derrame; lo que estamos viendo es que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres. Eso no es batllismo. Bordaberry, en su errónea visión histórica, empieza seccionando en partes al batllismo. Lorenzo, tres donpepes diferentes en su vida, Luis y Jorge. Del pobre Lorenzo y su aciago gobierno rescata su espíritu liberal. De los tres donpepes reniega la etapa del colegiado. Es comprensible que Bordaberry rechace la despersonalización del poder. De Luis rechaza todo, particularmente su “espalda al campo”, faltaba más… Alguien debería avisarle que el Batllismo es uno solo. El de Don Pepe. La unidad doctrinaria que involucraba justicia social, ética, humanismo, un partido vivo y tumultuoso como dínamo y un gobierno sin presidente. Punto. Ese es el Batllismo. Lo que hayan hecho otros Batlle, bien o mal, son obra de otras personas que no suplantaron la matriz originaria. Luis Batlle tuvo cosas de esa matriz y Jorge Batlle algunas otras, sobre todo desde lo ético, pero ninguno de los dos representó en pureza aquella matriz. Luis quizá no pudo, Jorge no quiso porque nunca creyó en ella. Puede sonar raro, pero es la verdad: Jorge Batlle no era batllista.

Esas extrapolaciones generacionales dentro de una familia que hace Bordaberry, pueden conducir a confusiones dolorosas y equivocadas. Sería prudente que sofoque esa temeraria argumentación.  No está bueno escupir para arriba.

 

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