
A todos quienes militamos alguna vez en la 15, Jorge nos enseñó que la vida política no gira en torno a los resultados, sino a los ideales. Esta frase es por demás acertada, sin embargo, los resultados no dejan de ser importantes no sólo para que los ideales se conviertan en realidad efectiva en beneficio del pueblo uruguayo, son importantes pues comprender sus causas es escuchar la verdadera voluntad popular.
El problema con esta frase también, es que quienes hoy tanto la reivindican, impulsaron una candidatura vacía de ideas, absolutamente. Cuyo único motor latía al ritmo de la división, en un único y marcado objetivo: alejar al Frente Amplio del poder. Ya hemos sido testigos de lo que esta malformación espiritual puede engendrar, y es mucho más peligrosa que cualquier gobierno, sea del color que sea.
El triunfo de Orsi es nuestro, de aquellos que vivimos la política por nuestros ideales, nuestras ideologías, nuestros proyectos y no respondemos a mayor obligación ni jerarquía que la de nuestros corazones. Nuestro voto se da por convicción, no por obligación.
Si algo nos enseñó la historia es que las corrientes coloradas pueden muchas veces vivir y hasta convivir en la antítesis, sin que por ello dejen de pertenecer al mismo tronco identitario. Fue lo que, durante buena parte de siglo y medio, nos hizo grandes. ¿Acaso alguien cuestiona que batllistas, terristas, pachequistas, sanguinettistas, jorgistas, etc. no sean todos colorados por igual? Nadie puede entonces sorprenderse de que no todos los colorados pensemos, militemos, ni votemos igual.
El triunfo de Orsi es nuestro, porque es de los que estuvimos abiertos a escuchar, a dialogar, a generar espacios de concordancia y compromisos. Los únicos incrédulos, ha quedado por demás demostrado, son aquellos que afirmaron una y otra vez, con la convicción de que el verbo se haría carne, que no habría fugas. Presos de una infantil creencia de ser líderes de nuestros corazones, y dueños de nuestras convicciones, quizás creyeron que tenían algún derecho sobre nuestras banderas. Por esto mismo, hablar de fugas es irrisorio. No se puede fugar lo que nunca perteneció a ese lugar, ni jamás se encontró allí.
El triunfo de Orsi es del batllismo y del wilsonismo, del saravismo rebelde, de aquellos independientes que con orejano temple han sabido escuchar el voto que el alma pronuncia, sin dejarse llevar por oscuros cantos de sirena que entonaban canciones de miedo, división y resquemor. El pueblo no quiere mandones, no quiere diatribas, los bravucones no tienen espacio en la mente colectiva y sólo han afirmado su liderazgo por la fuerza. Jamás por las ideas, pues jamás las tuvieron, hoy no es distinto.
Como colorados es hora de reivindicar el imperativo de nuestra identidad, de nuestras banderas, de nuestros discursos. Esta reivindicación debe nacer desde la independencia, orgánica y retórica. No podemos renunciar a nuestras estructuras, que necesitan de una profunda reforma, ni darnos el lujo de seguir basando nuestro discurso en el ‘otro’ -en el Frente Amplio-. Gobernamos 93 años de corrido, sin hablar de nadie más que de nosotros, sin escuchar a nadie, más que al pueblo.
El día llegará, cuando en clave de unidad -juntos pero respetando nuestras diferencias-, el Partido Colorado nuevamente presente al pueblo uruguayo un proyecto de país propio, con sus ideas y sus banderas, sin mirar para el costado más que para ofrecer su ayuda en pos de construir ‘grande y sabia democracia’.
Hasta entonces, debemos dar las discusiones necesarias entre todos (sin sesgos ni rencores), y sobre todo: escuchar. Porque si algo supo hacer Yamandú, fue escuchar, a los suyos y a los de afuera. No hay nada más batllista que eso, porque cualquier obra que se precie de justa, debe ser para los propios y los adversarios; los hijos propios pero también los de los adversarios.


